17 de marzo
Búscame, Dios
Andrea Delwiche
Alguien te hace daño y te sientes avergonzado, herido y traicionado. Te dices a ti mismo y a los demás que les has perdonado, pero alimentas tu agravio en lo más profundo de tu alma. No has perdonado. Los escombros del odio y la ira comienzan a acumularse. El flujo del agua limpiadora de Dios se desvía. Puede que ni siquiera te des cuenta.
El Salmo 139 habla con gran detalle de la capacidad de Dios para saber, con su amoroso corazón de Padre, dónde estamos: «Señor, tú me has examinado y me conoces; tú sabes cuando me siento o me levanto; ¡desde lejos sabes todo lo que pienso! Me vigilas cuando camino y cuando descanso; ¡estás enterado de todo lo que hago!»(versículos 1-3).
Dios sabe más que nuestra ubicación en el Planeta Tierra. Él comprende profundamente dónde estamos en lo que respecta a nuestra relación con Él y con los demás. ¿Pensamiento aterrador o salvavidas?
Línea de vida. Cuando le pedimos: «Señor, examina y reconoce mi corazón: pon a prueba cada uno de mis pensamientos. Así verás si voy por mal camino, y me guiarás por el camino eterno»(versículos 23,24), le estamos pidiendo que ilumine nuestros rincones oscuros y limpie cualquier escombro acumulado. Entonces, las aguas de vida de Dios fluirán libremente.
¿Qué tal si hoy te sientas en silencio con el Señor y le invitas a «examinarte» para ver si hay algún rencor que guardas contra otra persona? Imagínatelo buscando en los rincones de tu alma. Cuando te muestre los puntos débiles, pídele que «te guíe por el camino eterno»(versículo 24) y te ayude a eliminar la ira y el odio y a dejar que fluya su amor sanador.
Oración:
Omnisciente Señor, tú me escudriñaste y me conoces tan bien; ¡qué sabes todo acerca de mí! Conoces cuándo me siento y cuándo me pongo de pie. ¡Aunque esté lejos de ti, percibes todos mis pensamientos! Estás al tanto de lo que hago y lo que no hago; ¡no hay nada que ignores de mí! No ha llegado la palabra a mi lengua y ya, Señor, te la sabes toda. Examíname completamente, oh Dios, conoce mi corazón, mis pensamientos inquietantes, y condúceme por el camino de la eternidad dichosa, por Jesucristo tu Hijo. Amén.