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Domingo 3 de marzo 2024

(Lectura de la Biblia en tres años: Jueces 7, Lucas 11:29–32)

 

CANCIÓN PARA LA SUBIDA

 

A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del SEÑOR, creador del cielo y de la tierra. —Salmo 121:1–2

 

Las montañas impresionan por su tamaño y firmeza. Los antiguos griegos creían que en el monte Olimpo moraban sus dioses. En Sudamérica algunos pueblos veneran las montañas cual si fueran deidades. En Israel, cada año, los israelitas subían a Jerusalén para las celebraciones de Pascua, Pentecostés y la fiesta de los tabernáculos. Al subir era inevitable alzar la mirada y contemplar los montes de camino al monte Sión. ¿Esas montañas eran un peligro o una protección?

 

Muchas veces los cerros han sido lugares peligrosos por ser guarida de animales salvajes y de asaltantes. Sin embargo, para muchas personas, también han servido de refugio en caso de peligro (Mateo 24:16). Pero aun las montañas más seguras nos son una verdadera protección. El salmista recuerda que los peregrinos a Jerusalén no subían a la montaña porque confiaran su seguridad en ella, pues la verdadera ayuda proviene del Creador del cielo y de la tierra: Jehová de los ejércitos, el todopoderoso (1 Reyes 20:28). Confiar en cualquier poder menor al suyo es pecado de idolatría. Por causa de nuestro pecado original somos propensos a confiar en cualquier cosa que aparente darnos seguridad: nuestras propias capacidades, la suerte, las riquezas, los amigos, etc. Ante cualquier dificultad, acudimos en busca de ayuda primero a estas cosas y solo buscamos al SEÑOR como el último recurso (Jeremías 17:5–9). Por esto somos merecedores de toda la ira de Dios. Pero gracias a la misericordia divina Cristo vino para solucionar nuestro problema. Él confió solo en Dios perfectamente en lugar de nosotros. Así lo confesó: «Les aseguro que yo, el Hijo de Dios, no puedo hacer nada por mi propia cuenta» (Juan 5:19a). Aun para ir a morir en la cruz para sufrir en lugar nuestro el castigo por nuestro pecado, él dependió completamente del Padre para no ceder ante la tentación (Hebreos 5:7; Lucas 22:39–46). En gratitud a su gran amor por nosotros vamos a querer temer, amar y confiar en Dios sobre todas las cosas.

 

Oración:

 

Aunque merecemos tu justa ira y tu castigo, te pedimos, ¡oh Padre de misericordia!, que perdones nuestro pecado y nuestras muchas rebeliones. Defiéndenos de todo mal y peligro, en nuestro cuerpo y en nuestra alma. Líbranos de doctrinas falsas y perniciosas, y de guerra y derramamiento de sangre, de las tempestades y las sequías, de los incendios, de las epidemias, de la angustia del corazón y del desesperar de tu misericordia. En todo tiempo sé Tú nuestra ayuda eficaz. Amén.