No pongan su confianza en gente poderosa, en simples mortales, que no pueden salvar. Exhalan
el espíritu y vuelven al polvo, y ese mismo día se desbaratan sus planes. —Salmos 146:3,4
«Nada es seguro, en esta vida, excepto la muerte» afirma un antiguo refrán. ¿Será verdad?
Este refrán falla en dos aspectos: Primero, aunque la regla general es que los humanos mueran,
según la Biblia hay dos que no murieron: Uno es el patriarca Enoc, quien nació antes del Diluvio,
no murió pues Dios se lo llevó. El otro es el profeta Elías a quien el Señor se lo llevó vivo en un
carro de fuego. El apóstol Pablo dijo «Fíjense bien en el misterio que les voy a revelar: No todos
moriremos, pero todos seremos transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, […]
los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos transformados.» (1
Corintios 15:51,52 cf. Hebreos 11:5; 2 Reyes 2:11). Segundo, sí hay algo que es absolutamente
seguro: «La Roca de la Eternidad» ¿Cómo así? La Roca Eterna es lo único seguro. Esta Roca es
Cristo. Él es inmutable e invencible: «Como está escrito: “Miren que pongo en Sión una piedra de
tropiezo y una roca que hace caer; pero el que confíe en él no será defraudado.» (Romanos 9:33).
Fuera de Cristo todo es frustración. Solo Él es el único que nos salva de la condenación eterna: «De
hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
mediante el cual podamos ser salvos.» (Hechos 4:12). Por esto la meditación de hoy exhorta a no
confiar en los frágiles seres humanos. Si confiamos en cualquier otra cosa que no sea El Señor
estaremos en gran peligro. Aquello en que confiemos será nuestra roca y lo más seguro es que
quedaremos defraudados. «Porque la roca de ellos no es como nuestra Roca» (Deuteronomio
32:31) Confiamos en la Roca Eterna cuando su Palabra es nuestra guía, la creemos y aplicamos
independientemente de si la tradición, la comunidad, la razón o la experiencia digan lo contrario.
Pero ninguno de nosotros ha confiado perfectamente en Dios y su Palabra tal como El Señor lo
demanda. Por eso merecemos la ira eterna de Dios. Puesto que Jesucristo sí confió perfectamente
en la Palabra y en Dios, el Padre, y pagó con su sangre el castigo que merecemos, en gratitud
vamos a querer temer, amar y confiar en Dios sobre todas las cosas y en los méritos de sólo Cristo
para nuestra salvación.
Oración:
Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas
las cosas; por tu voluntad existen y fueron creadas. Digno eres, Señor Cordero de Dios, porque
fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y
nación, y junto con ellos me compraste a mí. Gracias porque, aunque merezco el infierno, me
regalas el cielo. Amén.