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8 de mayo

Dios guía nuestra curación

Andrea Delwiche

 

Fíjate en esta hermosa petición incluida en una pequeña frase del Salmo 41: «Yo he dicho: "Señor, compadécete de mí; sáname, pues contra ti he pecado."» (versículo 4 NVI). El salmista, sabiendo que se ha equivocado en su relación con Dios y con los demás, pide al Señor que lo sane.

            Los seres humanos, por naturaleza separados del Dios que los hizo, tienen espíritus enfermizos que se curvan lejos de Dios. Por naturaleza, rehuimos a Aquel que nos proporciona el enderezamiento y la curación que necesitamos. Pero como hijos de Dios, crecemos en confianza, amor y relación con el Señor, y nuestra situación mejora. Nuestras almas perdonadas son transformadas y sanadas. 

            El pecado que heredamos y nuestras propias fechorías se perdonan, pero el daño causado a nuestro espíritu por nuestro egoísmo hacia Dios y los demás tarda en curarse, al igual que las cicatrices de los pecados perpetuados contra nosotros. Pero gracias a Dios no necesitamos ser nuestro propio médico. Tenemos a El Rafá, el Dios que sana, como iniciador y sustentador en este trabajo. Somos perdonados, amados y considerados bellos por nuestro Señor. Él mismo guía nuestro proceso de curación.

            Pero prepárate; nuestro buen Dios es deliberado. Es capaz de curar instantáneamente el cuerpo y el alma, pero para nuestro propio crecimiento, tiende a caminar a nuestro lado en nuestra curación como un padre que enseña a caminar a un niño pequeño: despacio, con constancia y paciencia. Puede ser un trabajo gradual, y a veces nos caeremos. Pero nos curaremos.

 

Oración:

 

Señor, compadécete de mí; sáname, pues contra ti he pecado. Confieso que contra ti he pecado con mis pensamientos, con mis palabras, con mis actos, y hasta con lo que debía hacer y no lo hice. De verdad merezco padecer tu ira por la eternidad en el infierno. Pero acudo a tu misericordia pues nada puedo hacer para merecer tu perdón. Te doy gracias que tu Hijo lo hizo todo en lugar de mí. Él sí te obedeció perfectamente en lugar de mí y en la cruz cargó mi condena. Por sus méritos, te suplico, perdóname y concédeme la salvación, por Jesucristo tu Hijo. Amén.