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Ustedes buscan achicar la medida y aumentar el precio, falsear las balanzas y vender los
deshechos del trigo, comprar al desvalido por dinero, y al necesitado, por un par de sandalias.
Jura el SEÑOR por el orgullo de Jacob: «Jamás olvidaré nada de lo que han hecho.» —Amós
8:5–7

¿Qué es la estafa? ¿Por qué decimos que Dios odia la estafa? La estafa consiste «en provocar un
perjuicio patrimonial a alguien mediante engaño y con ánimo de lucro». Es un robo sutil que
emplea el engaño para no ser detectado como robo. La estafa no solo daña el patrimonio de los
individuos, también daña la economía mundial.

Dios es el dueño de toda la creación (Salmo 24:1). Pero, mediante su santa providencia y el trabajo
honesto, le concede al hombre el uso de toda esa riqueza para que, dignamente (teniendo el
techo, la comida y el vestido necesarios), pueda subsistir todo el tiempo de vida, que, por gracia, le
ha concedido a fin de darle oportunidad de conocer la salvación. El hombre será convocado para
rendir cuentas del uso que dio a esos dones (Mateo 25:14-30; 1 Corintios 4:2).

El Señor condena el robo (arrebatar por la fuerza lo ajeno) y la estafa (el robo sin violencia: Levítico
19:35; Salmo 37:21; Santiago 5:4; Proverbios 16:8; 21:6). Hay estafa cuando se venden bienes
adulterados; se evita honrar deudas o se pagan salarios injustos. También al no dar ofrendas a
Dios, ni limosna al pobre (Santiago 2:14-17; 2 Corintios 9:7). La motivación detrás de estos
pecados es la avaricia o codicia que esclaviza al pecador con las ansias de poseer más que otros
por amor a la riqueza. Esta maldad hace de las posesiones un dios. Por esto esta maldad, que es
pecado contra el prójimo y su patrimonio, también es un pecado de idolatría contra Dios
(Colosenses 3:5; 1 Timoteo 6:9,10; Lucas 16:10-13). Este pecado obra en todo ser humano en
mayor o menor medida, y por eso somos merecedores de toda la ira de Dios. Dios nos libró de
esta ira cuando Jesucristo la padeció como sustituto nuestro en la cruz. Él obedeció perfectamente
la voluntad de Dios venciendo, por nosotros, la tentación de la codicia (Mateo 4:1-11) En gratitud
vamos a querer estar contentos con los dones materiales y espirituales que han sido puestos a
nuestro cuidado y ser buenos administradores de ellos.

Oración:

Gracias Señor te doy por tu gran misericordia y por tu amor que no merezco, pues me salvaste y
me atribuiste los méritos de Jesucristo. Concédeme temerte y amarte, de modo no codicie los
bienes de mi prójimo, ni dañe su patrimonio mediante negocios deshonestos; sino que le ayude
a mejorar y conservar los bienes y medios de vida que le has concedido. Amén.