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Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, apartado para anunciar el evangelio de Dios, que por medio de sus profetas ya había prometido en las sagradas Escrituras. —Romanos 1:1–2

 

Evangelio significa buena noticia. Evangelio son las promesas incondicionales de Dios para los que, sabiéndose pecadores, desesperados admiten que merecen toda la ira de Dios y anhelan el perdón. Las promesas condicionales de parte de Dios no son evangelio pues el evangelio es gratis, no pide nada a cambio.

 

Ley es todo lo que Dios demanda de los seres humanos. Tal como un termómetro sirve para saber si tenemos fiebre, pero no tiene el poder para sanar, la ley de Dios no tiene el poder de convertir a nadie. La ley sirve como un espejo que nos muestra nuestra condición pecaminosa, y cuáles son las consecuencias eternas de ello, a fin de que podamos percibir cuán necesitados estamos del perdón divino. Si saber eso nos desespera, el evangelio nos da consuelo mostrándonos lo que Cristo hizo por nuestra salvación. Somos salvos por los méritos de Cristo. Esos méritos nos son aplicados mediante la fe que el evangelio crea en nuestro corazón. Esa fe nos es contada por justicia y así somos incluidos en la familia de los salvados por Cristo. El evangelio es el anuncio de que somos perdonados gratuitamente solo por los méritos de Cristo. Cuando se añade alguna condición o requisito a esta promesa incondicional, entonces se ha falsificado la promesa convirtiéndola en ley. En la Biblia hay dos enseñanzas muy diferentes: La ley y el evangelio. El Señor quiere que distingamos claramente una de la otra sin mezclarlas y que prediquemos la ley solo para conducir al pecador hacia Cristo y cuando ese pecador admite su pecado y quiere el perdón le anunciemos el perdón incondicional que da el evangelio (1 Timoteo 1:8–10; 2 Timoteo 2:15; Romanos 8:7).

 

Hacer del evangelio una ley al añadirle exigencias que Dios no pide o hacer de la ley un evangelio al prometer lo que Dios no promete es pecar haciendo mal uso del nombre de Dios. Un pecado por el que merecemos toda la ira de Dios (Gálatas 1:6–19; Deuteronomio 12:32; Apocalipsis 22:18–19). Cristo nos redimió de este pecado siendo nuestro sustituto: al predicar la ley en toda su dureza a los que no querían reconocer que eran pecadores y predicando el perdón gratuito a los que desesperados reconocían que merecen la ira de Dios (Lucas 18:9–14; Juan 8:11). En gratitud a su incondicional amor vamos a querer ser celosos en diferenciar claramente los usos y propósitos de la ley y el evangelio.

 

Oración:

 

Señor, te doy gracias por Jesucristo, pues por sus méritos tengo tu perdón y el privilegio de servirte aunque soy imperfecto. Concédeme por tus medios de gracia amar de modo que te honre en gratitud a tu amor incondicional. Amén.