Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta,
que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse. —Lucas: 15:7
Al iniciar el trimestre final de este año es saludable meditar en nuestra condición espiritual. Pablo
dijo: «Pónganse a pensar en su manera de vivir, y vean si de verdad siguen confiando en Cristo.
Hagan la prueba, y si la pasan, es porque él vive en ustedes. Pero si no confían en Cristo de verdad,
es porque él no está en ustedes.» (2 Corintios 13:5). ¿Confiamos solo en Cristo para llegar al cielo?
Jesús usó la parábola de la oveja perdida para ayudarnos a examinarnos si confiamos solo en él o
no. Muchos pecadores estaban escuchando Jesús y también los fariseos. Los fariseos, que eran
rígidos y exigentes en su religión y se sentían muy justos delante de Dios, murmuraron contra
Jesús porque permitía que los pecadores vengan a escucharle. A esos fariseos, Jesús les había
explicado que todos necesitan el arrepentimiento, incluso los que se creen muy justos (Lucas 13:5
cf. Salmo 14:1–3). Los que se sienten muy buenos y que merecen el cielo, no están confiando en
Cristo como su salvador. En realidad están confiados en sus buenas obras que hicieron para
agradar a Dios. Tienen buenas obras pero carecen de lo importante: la fe salvadora. La fe
salvadora confía solamente en los méritos de Cristo y nunca en los méritos propios, pues sabe que
tales méritos no alcanzan el nivel que exige la santidad de Dios. Nuestros méritos delante de Dios
son como un trapo asqueroso, pues no son perfectos (Mateo 5:48 cf. Isaías 64:6). Quienes creen
que no tienen nada de qué arrepentirse no son creyentes en Cristo.
A los que sí saben que merecen toda la ira de Dios en el infierno eterno, porque no han cumplido
perfectamente las exigencias morales de Dios, y que compungidos quieren su perdón, el Señor les
concede el arrepentimiento por el poder del evangelio (Romanos 1:16,17). El arrepentimiento es
un don que Dios obra diariamente en el creyente y consiste en el dolor de haber pecado, unido a
la confianza en los méritos de Cristo para ser perdonado. Con su ley, el Señor, nos muestra
nuestros pecados y las consecuencias eternas. Con el evangelio nos consuela mostrándonos: que
Cristo obedeció perfectamente a Dios en lugar nuestro y que murió en la cruz, como nuestro
sustituto, para el perdón de nuestros pecados. En gratitud, vamos a querer vivir cada día en
arrepentimiento, confesando que merecemos la ira por nuestro pecado y que sólo por los méritos
de Cristo, y no por los nuestros, somos gratos a Dios.
Oración:
Señor, imperfecto como soy solo merezco tu ira. Gracias a los méritos de tu Hijo Jesucristo he
sido perdonado y limpiado. En gratitud quiero vivir mi vida consagrada a ti llevando fruto de
arrepentimiento. Concédemelo. Amén.