Abraham le dijo: “Si no les hacen caso a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán
aunque alguien se levante de entre los muertos.” —Lucas 16:31
La época en que vivimos no es muy diferente de las anteriores. Todavía vamos detrás de lo que
nos parece asombroso tal como nuestros antepasados lo hacían. El espectáculo siempre atrae
fanáticas multitudes. Pero, según la Biblia, por muy asombrosos que sean los portentos no
cambian el corazón de nadie. ¿Por qué?
Muchos predicadores carismáticos enseñan que las iglesias deben enfocar su labor en producir
milagros para que la gente pueda creer. Morris Cerrullo, en su libro «Productores de Pruebas»
argumenta que Jesucristo logró más de 20 mil seguidores en una sola reunión con el milagro de la
multiplicación de los cinco panes y dos peces. En clara contradicción a lo que Jesús enseña en este
pasaje, David Yonggi Cho, en su libro «La cuarta Dimensión», afirma que los paganos no pueden
creer en el Dios de la Biblia si los predicadores no hacen milagros. Lo que Cerrullo calla es que
«desde entonces muchos de sus discípulos le volvieron la espalda y ya no andaban con él.»; y que
el mismo Señor Jesús dijo que los que comieron el pan multiplicado no le siguieron por el milagro,
sino por la conveniencia de saciarse del pan sin trabajar. (Juan 6:25–35, 66). En el texto de la
meditación de hoy, Jesús narra la historia de un rico, que estando ya en el infierno, ruega a
Abraham que envíe a alguien de entre los muertos a predicar a sus hermanos todavía vivos. El rico
argumenta que si ellos ven a un muerto resucitado creerían que sí hay castigo eterno en el
infierno. Abraham responde que si no creen en los escritos de Moisés no creerán ni siquiera al ver
el portento. Cuando Jesús resucitó a Lázaro, sus enemigos decidieron matarlo, en lugar de tener
fe. Los milagros no producen fe. Solo el evangelio lo hace.
La fe por la que somos salvos no es algo que nosotros producimos. Esa fe la obra el Espíritu Santo
por medio del evangelio predicado a los que están aterrorizados por las amenazas de la ley moral
(Diez Mandamientos). La ley de Moisés muestra que el pecador merece el infierno, pero no le da
fe. Solo el evangelio puede lograr que las personas crean. Los milagros no producen fe. Los
israelitas vieron muchos milagros en tiempo de Moisés y aún así continuaron siendo incrédulos.
(Hebreos 3:16–18). Nosotros somos creyentes solo gracias a la obra que el Espíritu Santo hizo en
nuestros corazones a través de los medios de gracia y por los méritos de Jesucristo. En gratitud
vamos a querer alimentarnos del evangelio para crecer en fe.
Oración:
Señor, te doy gracias por Jesucristo, pues por sus méritos tengo tu perdón y el privilegio de
servirte aunque soy imperfecto. Concédeme por tus medios de gracia amar de modo que te
honre en gratitud a tu amor incondicional. Amén.