Pero si envías tu Espíritu, son creados, y así renuevas la faz de la tierra. —Salmo
104:30
Cuando Dios creó los cielos y la tierra, en el principio, la tierra era caos y confusión
cubierto por la oscuridad. Sin embargo, el Espíritu de Dios que se movía encima de lo
creado renovó la faz de la tierra de tal manera que al resultado Dios lo calificó de «bueno
en gran manera» (cf. Génesis 1:1-3, 31).
Por causa del pecado, la muerte entró en la creación trayendo consigo desolación tristeza y
desastre. Los seres humanos expulsados del paraíso y destituidos de la Gloria de Dios no
tenían más futuro que la condenación eterna y padecer toda la ira de Dios. El Señor, en su
misericordia envió a Dios, el Hijo, para asumir la naturaleza humana con el propósito de
que como ser humano obedezca perfectamente la voluntad de Dios expresada en la ley
moral como nuestro sustituto y también para que padezca, en lugar nuestro, el castigo
eterno del que somos merecedores. Así, al obedecer los diez mandamientos perfectamente y
al sufrir en la cruz toda la ira de Dios como sustituto nuestro, Cristo obró la redención de
toda la humanidad. Pero esa humanidad se encontraba muerta por causa de sus delitos y
pecados. Era, pues, necesario darles vida. Por esto Dios envió al Espíritu Santo, para que,
como al principio, renueve la faz de la tierra. ¿Cómo lo hace? El Espíritu Santo actúa en la
palabra de Dios. El evangelio es la palabra con la que Dios, el Espíritu Santo crea una
nueva humanidad. Así lo enseña la Biblia: «Ustedes han nacido de nuevo, no de simiente
perecedera, sino de simiente imperecedera, mediante la palabra de Dios que vive y
permanece. […] Y ésta es la palabra del evangelio que se les ha anunciado a ustedes.» (1
Pedro 1:23-25).
La ley moral no tiene el poder del evangelio que es el de dar vida. El Espíritu Santo, con la
ley, hace su obra extraña de revelarnos lo pecadores que somos y cuán necesitados estamos
de la salvación. Cuando a un pecador desesperado (porque reconoce merecer de toda la ira
de Dios) le es anunciado el perdón de pecados en el evangelio, el Espíritu Santo le otorga la
fe salvadora y vida eterna. Así el Espíritu renueva la faz de la tierra. No merecemos de
ninguna manera nuestra salvación. Dios la otorga gratuitamente a los que la necesitan, así
como lo hizo con nosotros. En gratitud vamos a querer llevar la ley y el evangelio allá
donde los pecadores necesitan salvación.
Oración:
Señor, por mi propia razón o elección no puedo creer en Jesucristo, mi Señor, ni
acercarme a él y solo merezco tu ira eterna. Gracias te doy, porque tu Espíritu Santo
me ha llamado mediante el evangelio, me ha iluminado con sus dones, me ha
santificado y guardado en la fe verdadera por los méritos de tu Hijo. Amén.