Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la
gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
—Juan 1:14
Hudson Taylor, un misionero inglés del siglo 19, al poco tiempo que llegó a la China dejó
su elegante traje inglés para vestir una amplia túnica; se hizo crecer el cabello y lo trenzó a
la manera de los chinos de aquél entonces. También tiñó de color negro su rubio cabello.
Cuando le preguntaron el porqué de lo que hizo, él explicó que su misión no era llevar la
cultura y costumbres inglesas al interior de China. ¿Al cambiar su aspecto externo, cambió
él? No. El siguió siendo Hudson Taylor, pero ahora vestía y hablaba como chino para
facilitar la transmisión de su mensaje, nada más.
Cuando el Verbo eterno asumió la naturaleza humana, Él no dejó de ser Dios. Su naturaleza
divina asumió las características humanas plenamente de tal modo que era cien por ciento
humano, sin por eso dejar de ser cien por ciento divino. Sin embargo, para su misión tuvo
que restringir sus atributos divinos de manera que su humanidad quede intacta. Jesucristo
fue un ser humano en todo el sentido de la palabra, excepto que no tuvo pecado. Nació
como un bebé y pasó por todas las etapas de crecimiento sin ventaja alguna. Estuvo sujeto a
la ley moral divina y la obedeció perfectamente; no como nuestro ejemplo, sino como
nuestro sustituto. Lo hizo a fin de que los méritos de esa obediencia nos sean atribuidos a
nosotros, pobres pecadores. Cuando fue a la cruz sufrió como cualquier otro ser humano
sufre tales castigos, excepto que lo hizo cargando nuestros pecados por lo que padeció toda
la ira de Dios (lo que le llevó a exclamar «Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?») y lo
hizo para que nosotros quedáramos libres.
Los discípulos ciertamente veían en Jesús, un ser humano que se cansaba, tenía sueño, sed
y hambre como cada uno de ellos. Pero además veían algo más. Veían a Dios, y percibían
cómo es Dios vestido de naturaleza humana. Por eso Juan puede decir «Hemos
contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de
gracia y de verdad.» Conocer a Cristo es conocer a Dios, y en Él solo vieron gracia y
verdad. Dios no es un ser iracundo que se deleita en la destrucción y que busca el mínimo
error para eliminarnos. Por el contrario, es aquél que por salvarnos hace el mayor de los
sacrificios y eso nos es revelado en Cristo. En gratitud vamos a querer mantener diáfana la
revelación de su gloria sin contaminarla con nuestra opinión de lo que Dios debería ser.
Oración:
Señor Jesucristo, por nosotros te hiciste hombre y así nos revelaste la naturaleza
divina. Tu justicia no pasa por alto el pecado y por eso hay castigo. Pero preferiste
sufrirlo tú para salvarnos. Gracias por tu misericordia. Amén.