Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense! Que su amabilidad sea evidente a todos. El Señor está cerca. —Filipenses 4:4–5
¿Se caracteriza la vida cristiana por una conducta amargada e iracunda ocupada en hallar un pecado que condenar en el prójimo? Definitivamente, ¡no! Sabemos que nada merecemos de Dios y que somos salvos solo por su gracia. Esto nos causa mucha alegría y queremos hacer lo que la Biblia aconseja: «¡Vivan con alegría su vida cristiana! Lo he dicho y lo repito: ¡Vivan con alegría su vida cristiana! Que todo el mundo se dé cuenta de que ustedes son buenos y amables. El Señor Jesús viene pronto.» (TLA)
La razón de nuestro gozo no gira en torno a los éxitos materiales, ni de satisfacer nuestros deseos carnales. Como Pablo dice: «el reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo.» (Romanos 14:17). Puesto que Dios nos provee, de todo lo que necesitamos para nuestro bien y nos guarda del mal, tenemos mucho por lo cual estar agradecidos y gozosos. La mano protectora de Dios en la vida del creyente es tan evidente que necesitaríamos toneladas de libros para registrar los testimonios de sus bendiciones (Juan 21:25). Sin embargo, eso no significa que los creyentes no sufrimos, y mucho menos que no debemos llorar nunca. La Biblia dice que puesto que «Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: […] un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto» (Eclesiastés 3:1,4).
Cuando Lázaro murió, Jesús fue a su tumba para resucitarlo. Él sabía que Lázaro volvería a la vida con tal solo una orden suya y no obstante lloró. El llanto y el dolor son parte de nuestra naturaleza humana y no deben ser reprimidos. Ser cristianos no trata de aparentar estar alegre todo el tiempo. Dios no quiere que finjamos alegría, ni nada: «¿Está afligido alguno entre ustedes? Que ore. ¿Está alguno de buen ánimo? Que cante alabanzas.». (Santiago 5:13). Es más, el Señor quiere que seamos solidarios con nuestros hermanos en la fe: «Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran.» (Romanos 12:15). Aunque queremos hacer estas cosas y las practicamos, no podemos hacerlas con la perfección que Dios exige (Mateo 5:48) por lo que merecemos toda la ira de Dios. Cristo nos salvó de la ira al haber hecho esto perfectamente en lugar nuestro y al haber sufrido el castigo que merecemos. En gratitud vamos a querer vivir con alegría gozándonos en el amor de Dios
Oración:
Señor, Por el poder de tu evangelio, afírmame en la verdadera fe para la vida eterna de modo que, en gratitud, evidencie el genuino gozo de tu salvación. Amén.