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Este mensaje es digno de crédito y merece ser aceptado por todos: que Cristo Jesús vino al
mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero precisamente por eso Dios
fue misericordioso conmigo, a fin de que en mí, el peor de los pecadores, pudiera Cristo Jesús
mostrar su infinita bondad. Así vengo a ser ejemplo para los que, creyendo en él, recibirán la
vida eterna. —1 Timoteo 1:15–16

¿Cuán pecador soy? ¿Cuán necesitado estoy de la misericordia divina?

Una persona correcta, justa no tiene necesidad de ninguna de las siguientes dos cosas: 1) La ley
moral de Dios, 2) el evangelio que anuncia la gracia y misericordia de Dios trayendo su perdón
incondicional. Por una parte una persona verdaderamente justa no necesita aprender la ley moral
de Dios porque, siendo justa no hace lo injusto. Pablo dice al respecto a la ley moral: «la ley no se
ha instituido para los justos sino para los desobedientes y rebeldes, para los impíos y pecadores
[…]. En fin, la ley es para todo lo que está en contra de la sana doctrina» (8–10). Puesto que un
verdadero justo nunca ha pecado tampoco necesita el evangelio, pues el evangelio son las buenas
noticias que hablan de lo que Cristo hizo para que los pecadores sean perdonados. En resumen, un
justo no necesita la Palabra de Dios. Pero nadie es justo, ni uno solo. Todos somos pecadores que
merecemos toda la ira de Dios «Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:22,23, 10–12). La única diferencia que hay es que
unos nos sentimos menos pecadores que otros. Quienes nos sentimos menos pecadores somos los
que más necesitamos oír la ley pues ella es como un espejo que sirve para mostrarnos nuestra real
condición. ¿Acaso no enseña la Biblia que los cristianos somos justos por los méritos de Cristo? La
Biblia enseña que hemos sido justificados, es decir, declarados justos. No somos justos, solo
justificados. Los méritos de Cristo son atribuidos a los justificados de modo que delante de Dios
somos igual de justos que Cristo. Pero eso no significa que nuestros hechos sean justos pues aun
nuestras mejores buenas obras están contaminadas por nuestro viejo Adán. Pero Dios las acepta
como obras tan buenas como las de Cristo. «Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y
no sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo». (1 Juan 2:2), incluso por aquél que desde
nuestra perspectiva es el peor de los pecadores. Pero la redención de Cristo no beneficia a quien
sintiéndose justo no quiere la salvación gratuita.

Oración:

Señor, aunque mi carne se resiste a admitirlo, soy un miserable y el peor de los pecadores. Solo
por los méritos de Cristo soy perdonado y declarado justo. Por eso no tengo que obedecer la ley
para ser salvo. Por tus medios de gracia fortaléceme en la fe de manera que, en gratitud, viva
piadosamente mientras espero la venida de tu Hijo mi redentor. Amén.