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Pero si confiesan su maldad y la maldad de sus padres, y su traición y constante rebeldía contra
mí, las cuales me han obligado a enviarlos al país de sus enemigos, y si su obstinado corazón se
humilla y reconoce su pecado, entonces me acordaré de mi pacto con Jacob, Isaac y Abraham, y
también me acordaré de la tierra. —Levítico 26:40–42

Si la salvación es por la sola gracia de Dios, y no por causa de las buenas obras que hacemos, ¿Por
qué confesar los pecados?

Por nuestra naturaleza caída no nos es fácil comprender que el amor y la santidad son la esencia
de Dios, no sus atributos: Él es santo; Él es amor. Cuando hemos pecado, pensamos que con
nuestro dolor o llanto, y con nuestra determinación de corregir nuestra conducta, podemos
conmover al Señor de manera que, movido a compasión, nos perdone. Nosotros, podemos
conmovernos y pasar por alto la ofensa haciendo de cuenta que nada sucedió. Pero Dios «no

puede negarse a sí mismo.». En su santidad debe condenar al pecado y al pecador pues Él odia
todo lo malo. Somos pecadores y nada que hagamos puede ganar el favor de Dios (2 Timoteo 2:13;
Salmo 7:11)

Confesar nuestros pecados, sentir dolor por haberlos cometido, proponernos no volver a
cometerlos, o prometer ser un siervo del Señor no gana el perdón. Somos perdonados solo por
causa de la obra redentora de Cristo como nuestro sustituto (tanto al obedecer perfectamente la
voluntad de Dios, como al morir en la cruz). Quien se sabe pecador y merecedor de toda la ira de
Dios va a querer reconocer eso y confesar que es perdonado solo por los méritos del Cordero de
Dios. El que oculta su pecado, en realidad, quiere aparecer como quien no merece el infierno y no
necesita a Cristo como salvador, ni sus méritos. En gratitud a la gracia de Dios vamos a querer
confesar que somos culpables de todos los pecados, «Porque el que cumple con toda la ley pero
falla en un solo punto ya es culpable de haberla quebrantado toda.» (Santiago 2:10) Pero que,
gracias a Él, «habiendo sido declarados justos por la fe, tenemos paz ante Dios mediante nuestro
Señor Jesucristo.» (Romanos 5:1, La Biblia Textual).

Oración:
Padre Santo y misericordioso: Confieso que soy por naturaleza pecador y que te he
desobedecido con mis pensamientos, palabras, acciones y omisiones. He hecho lo que es malo y
he fallado en hacer lo que es bueno. Por esto merezco tu castigo tanto ahora como
eternamente. Pero en verdad estoy arrepentido de mis pecados, y confiando en mi Salvador
Jesucristo, oro: Señor, ten piedad de mí, un pecador. Confieso que has tenido misericordia de
nosotros y nos ha dado a tu único Hijo para morir por nosotros, y por sus méritos nos perdonas
todos nuestros pecados. Amén.