—¿Cómo te llamas? —le preguntó Jesús. —Me llamo Legión —respondió—, porque somos
muchos. —Marcos 5:9
Una vez alguien preguntó a un grupo de jóvenes ¿Cómo piensan que sería una visita personal de
Jesús a nuestra ciudad en la actualidad? Unos sugirieron que habría entrevistas en los medios de
comunicación. Otros, que llegaría en avión, lo hospedarían en el hotel más importante y le
entregarían las llaves de la ciudad. Alguien señaló que Jesús vendría en un transporte popular
junto con los pobres ¿qué opina usted?
En el texto de hoy, Jesús llega a una población en la tierra de los gerasenos (Decápolis) donde
Satanás había estado haciendo de las suyas incluso tomando posesión de la vida de dos varones
endemoniándolos (Mateo 8:28). Uno de ellos se acercó a Jesús, reconociendo su autoridad, y rogó
que no le atormente. La posesión demoniaca no es un trastorno mental, sino una esclavitud
espiritual en la cual la personalidad del endemoniado está dominada bajo el control de un espíritu
maligno. Satanás y los demonios, seres destructivos, atentaban contra la vida del poseído,
obligándolo a lastimarse él mismo; además ponían en peligro a los demás. Jesús había ordenado al
espíritu inmundo salir del poseído. Por eso, el demonio le suplicaba que no lo atormente. Jesús
preguntó al demonio cuál era su nombre para que todos los presentes comprendan la gravedad
del problema. Legión significa un ejército de cuatro mil a seis mil efectivos. Puesto que Jesús es
Dios, no le fue nada difícil expulsarlos a todos ellos. En vez de regocijarse, la gente del lugar le
pidió a Jesús que se vaya. Lo rechazaron. Jesús, que no obliga a nadie a recibirlo, optó por irse.
Pero asignó al ex endemoniado la misión de testificar de Cristo. Que ese hombre cumplió la misión
es bastante evidente, puesto que cuando Jesús regresó otra vez al lugar le dieron la bienvenida
(Mateo 15:29–31 cf. Marcos 7:31–36). Jesús no solo liberó a estos endemoniados de la opresión
de Satanás, también los salvó, los pasó de muerte a vida y de las tinieblas a la luz. Como está
escrito: «El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo.» (1 Juan 3:8).
También a nosotros Dios «nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su
amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados». (Colosenses 1:13–14). En
gratitud, vamos a querer dar testimonio de Cristo a nuestros familiares, amigos, conocidos y
vecinos, pues están tan necesitados de Cristo y la salvación como lo estaba la gente de la
Decápolis.
Oración:
Concédeme, Señor Jesucristo, el querer mantener mi mirada en ti y en tu obra redentora para
mi salvación, de manera que en mí haya tal gratitud que me mueva a compartir el evangelio a
los demás. Amén.