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También presentó una bandeja de oro de ciento diez gramos, llena de incienso. —Números 7:44

Además de la ofrenda que lleva a la iglesia, ¿Cuáles otros aspectos de su vida y persona ha
consagrado al servicio del Señor?

El capítulo siete de Números, del que es tomado el texto de la meditación de hoy, trata de las
ofrendas que presentaron las tribus de Israel en el desierto el día de la dedicación del tabernáculo.
Para Israel, el tabernáculo constituía la presencia de Dios en medio de ellos. Por tanto, era del
interés de todos ellos suministrar ofrendas para sostener la adoración. Aunque cada tribu era
diferente en cuanto a tamaño y riqueza, todas llevaron igual ofrenda. El Espíritu Santo inspiró
Moisés, a llevar un registro muy cuidadoso y detallado de cada ofrenda por separado, para
mostrar que el Señor conoce, reconoce y se complace con las ofrendas de cada individuo. Del
mismo modo que tomó en cuenta la ofrenda que llevó la viuda pobre al templo, y que recibió el
reconocimiento y los comentarios de nuestro Salvador (Lucas 21:1–3). Delante de Dios la ofrenda
es valiosa en función de la devoción con la que se ofrece antes que en su valor monetario.

Debido a nuestra naturaleza pecadora nuestras ofrendas imperfectas no son gratas a Dios, a
menos que sean hechas en gratitud por los méritos de Cristo. La ofrenda es parte del aprecio
expresado a Dios como adoración. Le ofenden las ofrendas del pecador impenitente (Mateo
5:23,24, 48 cf. Isaías 1:13-17) pues él es Santo. Cristo obedeció la ley moral perfectamente en
lugar nuestro y sufrió nuestro castigo a fin de que, por esos méritos, seamos gratos delante de
Dios. Dios no quiere los bienes que poseemos, nos quiere a nosotros consagrados a Él (Romanos
12:1,2; Filipenses 2:17; Colosenses 3:23; Hebreos 13:15). El apóstol Pedro escribió respecto de la
iglesia: «Cristo es la piedra viva, rechazada por los seres humanos pero escogida y preciosa ante
Dios. Al acercarse a él, también ustedes son como piedras vivas, con las cuales se está edificando
una casa espiritual. De este modo llegan a ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios
espirituales que Dios acepta por medio de Jesucristo.» (1 Pedro 2:4-5). En gratitud vamos a querer
servirle en adoración en cada momento y acto de nuestra vida.

Oración:

Que mi vida entera esté consagrada a Ti, Señor. Que a mis manos pueda guiar el impulso de tu
amor. Que mis pies tan sólo en pos de lo santo puedan ir: y que a Ti, Señor, mi voz se complazca
en bendecir. Que mis labios al hablar, hablen sólo de tu amor. Que mis bienes dedicar yo los
quiera a Ti, Señor. Que mi tiempo todo esté consagrado a tu loor. Que mi mente y su poder sean
usados en tu honor. Toma, ¡oh Dios!, mi voluntad, y hazla tuya nada más; Toma, sí, mi corazón y
tu trono en él tendrás. Amén. (CC255).