Y viendo Jehová que Lea era odiada, abrió su matriz; más Raquel era estéril. —
Génesis 29:31, Versión Moderna.
Jacob conoció a Raquel cuando llegó a Harán y quiso casarse con ella. Labán, el padre de
Raquel, amparado en la oscuridad, la noche de bodas sustituyó a Raquel por Lea, la
hermana mayor. Al amanecer, descubierto el engaño, Jacob confrontó a Labán. Él alegó ser
costumbre de ellos casar primero a la hija mayor y que Jacob podría ser el esposo de ambas.
No queriendo perder a Raquel, Jacob aceptó la situación. Sin embargo no trató a Lea con el
cariño que un esposo debe tratar a su esposa. Ella también fue menospreciada por su
hermana Raquel, que la veía como rival. Por la misericordia divina, el corazón de Lea
recibió consuelo con cada hijo que ella dio a luz. Los nombres que escogió para sus hijos
evidencian el dolor de tener que conformarse con ocupar un lugar secundario en el corazón
de su esposo.
Jacob no amó a la esposa con la que estaba casado por obligación. Para él fue más fácil
amar a Raquel porque era bonita y él estaba enamorado de ella. La voluntad de Dios es que
los esposos amen a sus esposas aunque no estén enamorados de ellas. El amor de esposos
va más allá de la pasión enamoradiza, y crece en la fértil tierra de la estimación mutua.
Jacob no estimaba a Lea como debe estimarse a la esposa (1 Pedro 3:7). El matrimonio que
Dios instituyó es la unión monógama entre un hombre y una mujer. Pero por causa de la
dureza del corazón humano la ley mosaica reguló la poligamia para proteger a la mujer de
esta forma de abuso de la que Lea fue víctima (Éxodo 21:9). Aunque hoy la poligamia es
un mal menos extendido, todavía muchas esposas ocupan un lugar secundario en la vida de
sus esposos. Los primeros lugares los ocupan el trabajo, la profesión, el club, el automóvil,
los amigos, etcétera; y, para muchos cristianos, el ministerio o el liderazgo. Ninguno puede
asegurar que ama a su esposa perfectamente como Cristo ama a la suya. Por esto somos
merecedores de toda la ira de Dios pues hemos puesto en primer lugar nuestros anhelos
antes que el mandato de Dios. Cristo fue el perfecto esposo (con su esposa—la iglesia) en
lugar de nosotros y en la cruz sufrió el castigo que merecemos por ser malos cónyuges. En
gratitud, los varones vamos a querer amar a nuestra esposa dándole el honor que le
corresponde. Las esposas querrán hacer lo mismo con sus esposos. Los hijos con sus padres
honrándolos como tales y los padres a sus hijos no provocándoles a ira (Efesios 5:21-6:4 cf.
1 Pedro 2:17).
Oración:
Señor, confieso que he pecado al no brindar la honra que corresponde a cada uno
según la prioridad que tu estableces. Por esto merezco la condena eterna. Pero gracias
a tu Hijo tengo perdón, y en gratitud te pido: concédeme amar a mi cónyuge así como
Cristo ama la iglesia. Amén.