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Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre. —Salmo 51:5

Muchas personas, incluso líderes religiosos, opinan que el ser humano nace bueno, sin ninguna
maldad en su forma de ser, y que se vuelve malo como resultado del contacto con la sociedad que
es la que lo corrompe. ¿Qué enseña la Biblia?

Según la Biblia, Dios creó al ser humano (Adán y Eva) con inocencia original. Ellos fueron creados
sin pecado. Sin embargo, con la ayuda de Satanás, la serpiente antigua, ellos cayeron en el pecado.
Todos los seres humanos descendemos de esa primera pareja caída en el pecado (Hechos 17:26) y
nacemos pecadores por su causa. Al respecto Pablo escribe: «Así pues, por medio de un solo
hombre entró el pecado en el mundo […] el delito de Adán puso bajo condenación a todos los
hombres» (Romanos 5:12,18ª, DHH cf. Efesios 2:3) No somos pecadores porque cometemos
pecados. Cometemos pecados porque somos pecadores, porque hemos heredado de Adán la
naturaleza pecadora. A esa naturaleza la iglesia ha denominado «pecado original» y, también,
«viejo Adán». El viejo Adán nunca puede mejorarse. Por eso aunque procuremos hacer buenas
obras nunca las haremos perfectas, como lo exige Dios (Mateo 5:48).

Para que un pecador sea bueno es necesario que cambie su naturaleza. Por nuestro pecado
original nacemos merecedores de toda la ira de Dios en el infierno eterno. Pero Cristo vino, por la
gracia de Dios, para salvarnos. Como nuestro sustituto, obedeció perfectamente la voluntad de
Dios en lugar nuestro y padeció toda la ira de Dios por nosotros. Así nuestro pecado fue
perdonado. Ningún mérito nuestro podemos añadir a lo hecho por Cristo: «Pero Dios, que es rico
en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos
muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! […] Porque por gracia ustedes han
sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por
obras, para que nadie se jacte.» (Efesios 2:4–5, 8–9). Por el poder del evangelio, Dios crea en el
pecador una nueva naturaleza que, en gratitud por la redención, quiere vivir en arrepentimiento
diario: «Así como por la desobediencia de un hombre [Adán] muchos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno [Jesucristo], muchos serán constituidos justos.»
(Romanos 5:19 cf. 1:16,17, 10:17, RV95).

Oración:

Señor, solo merezco la condenación eterna. Pero gracias a tu bondad y misericordia, quisiste
enviar a tu Hijo como nuestro sustituto de tal manera que por sus méritos ahora somos
declarados justos. En gratitud, te suplico me concedas, por el poder del evangelio en los medios
de gracia, vivir santa y piadosamente mientras espero la segunda venida de Jesucristo. Amén.