7 de Febrero
No es el final
Sarah Habben
Nuestros corazones nos dicen que la muerte es una pérdida. Un cuerpo enterrado ya no puede saborear un tomate maduro, oler la lluvia, o entrelazar los dedos de alguien querido entre los suyos. Los muertos están privados del habla y del movimiento, de las esperanzas futuras. Tanto los que miden sus últimos alientos como los que están junto a una tumba lo saben: La muerte es una pérdida.
Y, sin embargo, ¡la Biblia contradice nuestros corazones! En la cárcel, el apóstol Pablo escribió: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Había sufrido. Había reflexionado sobre la vida y la muerte. Y concluyó que ambas son bendiciones.
Vivir es Cristo. Cristo es para un creyente lo que el oxígeno es para los pulmones. Vacíos de aire, los pulmones son inútiles. No pueden hacer la obra para la cual fueron diseñados. Vacíos de Cristo, tampoco somos buenos: somos enemigos de Dios que no tenemos perdón, que no benefician a nadie. Nuestro Salvador nos anima con su amor y nos llena de su poder. Él nos permite servirnos unos a otros con alegría. Incluso cuando tropezamos con el dolor y con las pruebas, nada puede separarnos de su amor.
Morir es ganancia. En este mundo nacemos para los problemas. Las bendiciones que disfrutamos coexisten con el pecado, la tentación, el dolor, la muerte. Y la muerte es dura. Pero en Cristo, no es una pérdida. Morir no acaba con nuestra esperanza o con nuestro futuro, sino que los hace realidad. Al cruzar el umbral de la muerte, obtenemos una vida perfecta en el cielo: el fin de la debilidad, la liberación del mal, una reunión gozosa de los santos y el cumplimiento de nuestra principal esperanza: estar con Cristo.
Oración:
Dios Eterno: cada día mueren miles de personas por todo el planeta, esa es la inevitable verdad. Mis antepasados ya partieron hacia la eternidad y casi nadie recuerda su paso por la vida. Y así como un día nací, un día también moriré. Estoy vivo ahora gracias a tu misericordia, pues por ella me diste un tiempo de gracia para poder disfrutar de tu bondad incondicional. Concédeme el vivir de tal manera que tal como dijo el apóstol Pablo, también yo pueda decir que “para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”, por Jesucristo tu Hijo. Amén.