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Pero si encuentras tus dioses en poder de alguno de los que están aquí, tal persona no
quedará con vida. Pongo a nuestros parientes como testigos: busca lo que sea tuyo, y
llévatelo. —Génesis 31:32

¿Se ha cansado de que los demás abusen de usted? Jacob sí. Aunque Jacob fue un muy
astuto e hizo uso de esa su astucia para procurarse ventajas en la vida, finalmente cayó
víctima de otro que le hizo lo mismo que él había hecho con otros.

Jacob, para ganar el derecho de primogenitura (primogénito es el hijo principal, el que
heredaba más y no necesariamente el primero que nació, cf. Génesis 48:17-20) engañó a su
padre y a su propio hermano. Pero cuando fue a vivir en Harán el mismo fue engañado
varias veces por su tío Labán. Con sus engaños Labán logró que Jacob le sirva por un
salario injusto. Las hijas de Labán, conscientes de que seguir en esa situación era
perjudicial para ellas y para su esposo Jacob, hicieron maletas y se fueron con él lejos de
Labán. Pero al salir de Harán Raquel, la esposa mimada de Jacob, robó los diosecillos de su
padre (Génesis 31:19). Según «Las Tabillas de Nuzi» (Escritas 1500 años a. C. en esa
región) los diosecillos servían de títulos de propiedad que se daban al heredero. Si así fue,
es fácil entender por qué Labán los reclamó. Puesto que Jacob no sabía lo que Raquel hizo,
precipitadamente habló las palabras del texto que meditamos hoy.

Labán desconfiaba por entero de Jacob y de sus hijas. Jacob sabía cómo era su suegro. Sin
embargo con estas palabras, Jacob, puso en peligro la vida de quienes estaban bajo su
cuidado. Labán buscó sus diosecillos. Pero Raquel, tan astuta como su padre logró
esconderlos. ¿Qué hubiera pasado si Labán los hubiera encontrado? Raquel habría tenido
que morir. Pero Dios cuidaba esa familia y no permitió que Jacob tenga que añadir a sus
penas la muerte de Raquel.

Muchas veces nosotros somos tan precipitados como Jacob y en muchas ocasiones Dios
nos ha guardado de las consecuencias funestas de nuestras palabras y acciones descuidadas.
Sin embargo él no está obligado a hacerlo y en habrá ocasiones en que no quedará otra que
sufrir las consecuencias. Pero el habla precipitada no es sin pecado y por nuestra lengua
pecadora merecemos toda la ira de Dios. Solo gracias a Jesucristo somos salvos de la
condena eterna.

Oración:

Gracias Señor te doy por tu gran misericordia y por tu amor que no merezco, pues me
salvaste y me atribuiste los méritos de Jesucristo. Concédeme temerte y amarte a Dios,
de modo que no haga mal ni cause daño a mi prójimo con mis palabras; sino que lo
ayude y le sea útil para lo mejor. Amén.