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17 de junio

Por lo tanto, tenemos esperanza

Ann Jahns

 

Si alguna vez has leído el libro de las Lamentaciones en el Antiguo Testamento, digamos que su nombre lo dice todo. Desborda dolor y desesperación. El pueblo de Dios, los israelitas que habían estado viviendo en Jerusalén, estaban exiliados en Babilonia. Una y otra vez habían rechazado a Dios y le habían dado la espalda, lo que había provocado la destrucción de su amada Jerusalén por los babilonios. Ahora vivían como extranjeros en tierra extraña, llevados allí contra su voluntad. No encajaban allí. No pertenecían.

            Pero en medio de la oscuridad y la desesperación, ahí está en el capítulo 3 de las Lamentaciones, casi saltando de la página: «pero en mi corazón recapacito, y eso me devuelve la esperanza. Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos; ¡nunca su misericordia se ha agotado! ¡Grande es su fidelidad, y cada mañana se renueva!»(versículos 21-23).

            ¿Alguna vez te has sentido como el pueblo de Dios del Antiguo Testamento, exiliado en una tierra donde todo te resulta extraño? ¿Alguna vez has sentido que no perteneces a este mundo? Eso es porque tu corazón anhela reunirse con tu Creador. Tú y yo anhelamos estar en nuestro verdadero hogar: el cielo. El escritor y teólogo C. S. Lewis dijo: «Si nos encontramos con un deseo que nada en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fuimos hechos para otro mundo». Anhelamos más. Fuimos hechos para más.

Por lo tanto, tenemos esperanza. Jesús murió para darnos esa esperanza. Gracias a él, pronto estaremos en casa.

 

Oración:

 

Dios eterno. Te bendigo y agradezco por implantar en mi corazón el anhelo de estar en tu presencia por la eternidad. Solo en ti mi corazón encuentra reposo. Concédeme ser afirmado y fortalecido en la verdadera fe para la vida eterna. Amén.