Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, deben decir: “Somos
siervos inútiles; no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.” —Lucas 17:10
Desde la salida de Egipto hasta el rey David, mientras el santuario de Dios era una frágil tienda
hechas de telas, los santuarios paganos eran maravillosas y costosas edificaciones. ¿Cuál era la
poderosa motivación que movía a los paganos a edificar impresionantes templos y palacios?
Según la Biblia, la primera edificación de gran notoriedad fue la torre de Babel. La fuerza que
movió a sus constructores a emprender semejante desafío fue el de conseguir renombre, ellos
dijeron: «Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo nos
haremos famosos» (Génesis 11:4). Por causa de nuestra naturaleza caída todos nos inclinamos a
procurar ser estimados como más importantes que los demás. Esta forma de pecado, la
vanagloria, es el gran motivador detrás de muchas proezas humanas. La vanagloria puede adoptar
apariencia de devoción a Dios (piedad) y de solidaridad con el prójimo (2 Timoteo 3:1–5). Tal fue el
caso de los fariseos que daban sustanciosas limosnas y ofrendas cuando todo el mundo podía
enterarse. Así conseguían sentirse halagados de que la gente opine que de verdad eran muy
buenos. Cristo dice que esa es toda la recompensa que los tales alcanzarán (Mateo 6:2, 5,16;
23:5). Detrás de la vanagloria está nuestro orgullo pecaminoso. Muchas de nuestras llamadas
buenas obras surgen de esta motivación y por eso merecemos toda la ira de Dios. Cristo venció la
tentación de la vanagloria; fue humilde y su devoción a Dios fue genuina en lugar nuestro (Mateo
4:6,7). En la cruz murió padeciendo el castigo por este pecado nuestro. En gratitud vamos a querer
hacer buenas obras obrándolas en humildad al considerar a los demás como superiores a nosotros
mismos y reconociendo que somos siervos inútiles; pues no hacemos más que cumplir con nuestro
deber (Filipenses 2:2, 5, 6).
Oración:
Señor, concédeme tal comprensión de todas tus misericordias, que mi corazón sienta verdadera
gratitud hacia Ti y que glorifique tu santo nombre no solamente con mis labios sino también con
mi vida, de tal manera que te presente mi cuerpo y alma, corazón y mente, talentos y
facultades, juntamente con las ofrendas que te ofrezco cuando nos congregamos para escuchar
tu evangelio, todo lo cual lo es mi culto racional y devoción a Ti Amén.