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2 de mayo

Rodeado de su amor

Andrea Delwiche

 

«Señor, hazme saber qué fin tendré, y cuánto tiempo me queda de vida. ¡Quiero saber cuán frágil soy! […] Señor, ¿qué puedo esperar, si en ti he puesto mi esperanza? ¡Líbrame de todos mis pecados! ¡No permitas que los necios se burlen de mí!»(Salmos 39:4,7,8).

            Estas palabras proceden de un lugar de absoluta honestidad. Los problemas de David parecen venir de Dios, una corrección necesaria para su vida. Y, sin embargo, David recurre a Dios. Dios administra el antiséptico urticante, pero también es la cura, la brisa refrescante, el consuelo. 

            No hay pecado demasiado grande para Dios o sorprendente para Dios. No hay pregunta demasiado grande para Dios. Todos los dilemas, incluso los que nos planteamos nosotros mismos, pueden ser llevados ante el Señor. No hay nadie que entienda los caminos de los seres humanos como Dios. No hay amor que iguale el amor de Dios.

            Este salmo no tiene una conclusión fácil. Termina en súplica y angustia. También nosotros sentimos a veces que nuestras preguntas y oraciones se dirigen al vacío o resuenan en el vacío. Se trata de un espacio sagrado entre nosotros y el Señor, en el que, confusos e incluso enfadados, nos apoyamos en nuestra relación con Él y le planteamos preguntas difíciles. Incluso mientras esperamos respuestas, podemos saber que estamos rodeados de su amor. 

            Nuestras preguntas son escuchadas y contestadas. Incluso en la oscuridad Dios promete: «Con amor eterno te he amado, […]Te edificaré de nuevo […] y saldrás a bailar con alegría»(Jeremías 31:3,4). 

 

Oración:

 

Benigno Redentor, las tormentas de la vida pueden oscurecer nuestra visión para impedir que contemplemos tu misericordioso cuidado por nosotros. Pero aún en la más densa oscuridad tu palabra nos ilumina recordándonos que nos amas con amor eterno y que no necesitamos mayor evidencia de este amor que Jesucristo crucificado. Afírmame y guárdame en la verdadera fe para la vida eterna, por Jesucristo tu Hijo. Amén.