Isaac se fue de allí, y acampó en el valle de Guerar, donde se quedó a vivir. Abrió
nuevamente los pozos de agua que habían sido cavados en tiempos de su padre
Abraham, y que los filisteos habían tapado después de su muerte, y les puso los
mismos nombres que su padre les había dado. —Génesis 26:17-18
Hace algunos años atrás conocí a alguien cuyo apellido significa «el último vagón del
tren». A muchos de nosotros no nos gustaría ser llamados últimos en ningún aspecto.
Preferiríamos ser los primeros, pues pensamos que es mejor ser líder que seguidor o ser
iniciador antes que continuador. En la vida espiritual los continuadores son tan importantes
como los iniciadores y los últimos son los primeros (Marcos 9:33 cf. Mateo 20:1-16)
El patriarca Abraham salió de su país natal por mandato de Dios. En su recorrido por la
tierra tuvo que acampar junto a su familia y rebaños en lugares desérticos. Para suministrar
agua a todos los que de él dependían Abraham necesitó encontrar y abrir pozos. Su hijo
Isaac no fue un descubridor de pozos. Fue un restaurador de pozos. Los enemigos de su
padre se ocuparon en tapar los pozos que Abraham había abierto, pero Isaac volvió a
abrirlos.
Hay muchas cosas en la vida terrenal que queremos continuar pero, por causa de los
problemas, luchamos para hacerlo. También hay dificultades en nuestra vida espiritual. En
la vida espiritual de las personas Satanás también cierra muchos pozos. Es posible que
cierta persona haya escuchado el evangelio durante el ministerio de un elocuente siervo de
Cristo y, sin embargo, al pasar el tiempo los afanes de la vida le hayan alejado de la fe. Tal
persona puede ser atraída nuevamente a la verdad y a la vida eterna mediante un servidor de
Cristo que no es tan elocuente, ni muy conocido pero que quiere ayudar a la salvación de su
prójimo. Tal fue el caso del famoso predicador John Wesley quien cuenta que él se
encontraba vacío de fe hasta que una noche escuchó a una persona que solo leía el
comentario de Martín Lutero a la carta de San Pablo a los Romanos. Esa lectura llevó el
evangelio a su corazón. La Palabra de Dios es poderosa y un sermón que Dios usó en el
pasado para traer personas a Cristo tiene el mismo poder hoy que en ese entonces.
Recordemos que no somos nosotros quienes damos convicción al corazón sino el evangelio
de Cristo. Cristo mandó a la iglesia anunciar el evangelio a toda criatura. Puesto que no
podemos hacerlo perfectamente merecemos toda la ira de Dios. Jesucristo obedeció
perfectamente en lugar nuestro y padeció el castigo que merecemos por esto. En gratitud
vamos a querer dar a conocer la palabra cuando sea oportuno y cuando no lo sea por los
medios que estén a nuestro alcance.
Oración:
Señor, no he sido fiel en predicar tu palabra y por eso merezco tu condena. Pero tú me
diste salvación por los méritos de tu Hijo. En gratitud quiero llevar la buena noticia a
mi prójimo, concédeme poder hacerlo. Amén.