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En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo. —Romanos 5:1

La última vez que visité el campo pude apreciar la gran diferencia que hoy existe entre lo
urbano y lo rural. Lo primero que note es el poco smog que allí existe y la limpieza del aire.
Mis pulmones se llenaron de aire puro y una sensación agradable de frescura recorrió por
ellos. El sonido del viento de la tarde agitando las hojas de los árboles es igual de relajante
al que produce el agua que corre por el río. Las estrellas brillan con mucho esplendor y
silencio de la noche es incomparable. Dios, quien ha creado todo eso, lo ha hecho así. Él
vive en paz y su creación manifiesta paz.

Pero por muy tranquilo que sea el entorno natural que nos rodea, nuestra mente no está
tranquila. Sabemos que no hemos obedecido al Señor como él lo exige y nuestra conciencia
nos acusa constantemente (excepto cuando ya la hemos adormecido). Algunos queremos
callar esa voz con el bullicio de la modernidad: películas, redes sociales, trabajo intenso,
juegos, etcétera. No importando cuanto hayamos opacado la voz de la conciencia, la verdad
es que nuestra situación no cambia. Dios está enojado con el pecador cada día y nosotros
somos uno de esos pecadores contra los cuales la ira de Dios amenaza (Salmo 7:11). Al
igual que la persona que no escuchó la señal de peligro porque sus oídos estaban embotados
por el fuerte ruido de la música moderna, si los oídos de nuestra alma no están afinados
estamos expuestos a gran peligro.

Dios, con la ley moral de su palabra, como con un espejo nos muestra nuestra triste
situación. Pero, después de conocer que él nos condena y cuando la desesperación de
sabernos perdidos nos angustia, inmediatamente viene a consolarnos con las buenas
noticias del evangelio de Jesucristo. Esas buenas nuevas nos dicen que el Hijo de Dios
obedeció perfectamente todos los mandamientos de la ley de Dios en lugar de nosotros, y

que esa obediencia nos ha sido atribuida gratuitamente. También nos dice que él llevó en la
cruz el castigo que merecemos y que por nosotros murió pagando por nuestro pecado. Por
eso el apóstol Pablo resalta que, habiendo sido declarados justos por la fe, tenemos paz con
Dios. En gratitud a tanto amor vamos a querer apreciar esa paz y confiar plenamente que
los méritos de Cristo son suficientes para que Dios nos reciba en sus moradas eternas.

Oración:

Señor, confieso que por mi propia razón o elección no puedo creer en Jesucristo, mi
Señor, ni acercarme a él. Sino que el Espíritu Santo me ha llamado mediante el
evangelio, me ha iluminado con sus dones, me ha santificado y guardado en la fe
verdadera. Gracias que mi salvación no depende de mí sino de ti. Amén.