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26 de marzo

Un dolor sordo

Jan Gompper

 

La soledad es real. El mundo está lleno de personas que viven con un dolor sordo y persistente en su interior la mayor parte del tiempo. 

Muchos de nosotros estamos tan ocupados con nuestras propias vidas y familias que no nos fijamos en la persona de la iglesia que no tiene dónde ir para la cena de Acción de Gracias. Pasamos por alto al compañero de clase que almuerza solo. Tal vez la soledad de otras personas nos hace sentir incómodos porque no sabemos cómo ayudarles.

Afortunadamente, Jesús comprendía la soledad. La comprendió porque la sintió más que cualquiera de nosotros. Cuán solo debió sentirse cuando gritó desde la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». (Mateo 27:46)

Sin embargo, a pesar de la soledad que sin duda sentía (o, más probablemente, a causa de ella), Jesús estaba «sintonizado» con la soledad que le rodeaba. No sólo ofreció palabras de consuelo; se tomó el tiempo de estar presente con los solitarios.

Recordarle a una persona solitaria que Dios nunca la dejará ni la abandonará (Deuteronomio 31:6) es sin duda una maravillosa fuente de consuelo. Sin embargo, las palabras por sí solas, incluso las palabras de Dios, pueden resultar vacías para una persona solitaria. En cambio, a la persona cuyo corazón está lleno del dolor sordo de la soledad, ofrécele un abrazo, una invitación a cenar, una hora en una cafetería. Dios dice: «No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad»(1 Juan 3:18).

¿Adivina quién viene a cenar?

 

Oración:

 

Señor, que nos amaste con amor eterno. Concédeme que yo ame a mi prójimo de tal manera que no pueda ignorarlo sino tratarlo como tú lo harías. Haz que no sea indiferente con los desamparados, con quienes están solos y con los que no tienen quien les exprese amor cristiano, por Jesucristo tu Hijo. Amén.