22 de agosto
Y quién sabe pero. . .
Linda Buxa
La reina Ester vivió hace unos 2.500 años. Era judía y (sin saberlo) el rey había dicho que estaría bien destruir a todos los judíos. La tragedia estaba a punto de llegar, y su tío Mardoqueo le dijo: «¿Quién sabe si has llegado al reino para un momento así?»(Ester 4:14).
Aunque no tenía idea de cómo terminaría la historia, Mardoqueo dijo: «Quién sabe si ...». Confiaba en que su Dios tenía un plan y posiblemente Ester era una parte vital de él. Y lo era. (Lee todo el libro de Ester para averiguarlo. Es bastante corto).
Ninguno de nosotros sabe cómo acabarán nuestros días, y mucho menos nuestras vidas. La tragedia también puede golpearnos, trayendo más preguntas que respuestas. Nos desvelamos por la noche preguntándonos por qué. Como Mardoqueo, cuando nos enfrentamos a días oscuros, nos aferramos -a veces desesperadamente, a veces con valentía- a las promesas de Dios de estar con nosotros, consolarnos y utilizarnos, incluso en nuestro dolor, para llevar esperanza a un mundo herido.
«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están sufriendo, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque así como abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así también por el mismo Cristo abunda nuestra consolación»(2 Corintios 1:3-5).
Oración:
Padre de misericordias y Dios de toda consolación, te bendigo y agradezco pues nos consuelas en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están sufriendo. Concédeme ser un instrumento de tu paz, y que no busque tanto ser consolado como consolar, por Jesucristo tu Hijo. Amén.