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Hab´Ia una vez un cuento que vivía en un hermoso y enorme palacio donde sus habitantes vivian felices. La reina, el rey, el príncipe llamado Lorenzo y todos sus empledos recorrían el castillo sintiendo que vivian en el mejor lugar del planeta. 

 

El cuento por el contrario vivía en un lugar oscuro y polvoriento en lo alto de un estante olvidado de la enorme biblioteca del castillo. Era un cuento triste y olvidado. El cuento había llegado a aquel palacio cientos de años antes cuando el tátara tátara tátara abuelo del principle Lorenzo lo había encontrado en una visita por lejanas tierras. El cuento había sido contado innumerables veces durante años pero un día había sido puesto en aquel estante y nadie nunca lo volvió a contar por generaciones. 

 

El cuento tenia como compañeros de estantes algunos libros de aventuras y algún que otro diccionario con los cuales compartían palabras e historias. El cuento y sus compañeros de estantes se pasaban los días y las noches añorando que algún día algún visitante los tomara y los retirara para ser leidos. Y el cuento soñaba que algún día no solo fuera leído sino que fuera contado de nuevo. El cuento se encontraba muy triste por que había sido olvidado. El que había sido el cuento más contado por aquellas tierras era hoy una sombra que nadie recordaba. 

 

Un día una luz se encendio en la biblioteca. La luz de la entrada había sido prendida a una hora no habitual y se oyo la voz de un muchacho. Era la voz del príncipe Lorenzo. Lorenzo era un muchacho de muy inquieto e inteligente y se decía que era un amante de los cuentos. En el palacio decían que Lorenzo se quedaba hasta altas horas de la noche leyendo en su habitación cuentos y que recordaba todos los cuentos que había leído. Pues Lorenzo no conocía a aquel cuento. Su padre tampoco y su abuelo tampoco, así que nadie le había contado la existencia del cuento de aquel estante en aquella biblioteca. 

 

El muchacho cansado de los mismos cuentos había decidido ir a la biblioteca a buscar si encontraba algún otro cuento. Como la biblioteca era tan grande, no sabia por donde empezar a buscar y como no era muy alto no alcanzaba a los estantes mas altos. Así que eran pocas las posibilidades de que encontrara a aquel cuento.

 

El diccionario y las historias de aventuras comprendieron que esta era la única oportunidad que tenían de se redescubiertos y aprovechando que la puerta de la biblioteca había quedado abierta y una corriente de aire estaba entrando decidieron empujarse mutuamente. Claro que como eran tan grandes no podían moverse mucho pero si alcanzaron a moverse lo suficiente para empujar al bueno de el cuento. 

 

El cuento sintió que súbitamente estaba volando y cayendo fue a parar a los pies de aquel príncipe que lo miraba con incredulidad. El príncipe Lorenzo levanto dulcemente el cuento que había caído abierto en la primera hoja y vio las palabras mágicas que todo cuento contiene. 

 

Había una vez… su corazón salto de alegría porque allí frente a el había un cuento que nunca antes había leído, había una historia que nunca había escuchado, había un relato maravilloso que no conocía. 

 

Las manos del príncipe tocaron con amor las páginas de aquel cuento y el cuento sonrio como solo los cuentos saben sonreir. El cuento brillo como solo los cuentos saben brillar y voló por mil tierras como solo los cuentos saben volar. 

El niño comenzó a leer cada una de las palabras del cuento y su mente e imaginación fueron llevados a otro mundo lleno de color y magia. 

 

Pero como todos los cuentos siempre terminan, el niño leyó la ultima palabra y de nuevo volvió a comenzar a leerlo y a leerlo y el cuento le conto muchas veces la historia que contenia dentro de si. Y el príncipe s