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Habia una vez un individuo que caminaba por su casa todos los días recorriendo cada una de las habitaciones. El hombre había desarrollado en sus piernas una musculatura descomunal debido a que su hogar era enorme y se pasaba el día y la noche vagando por todas y cada una de las habitaciones, corredores y salas en las que vivía.
Este era considerado por los habitantes de aquel pueblo como un ser despreciable al que todos le tenían temor y nadie quería hablar de el. El lo sabía y lo resentía. El no sabía porque la animadversion de todos contra él. Él se consideraba una gran persona. El sabía que era poco sociable y que básicamente podría sufrir de un poco de misantropía. Lo reconocía. No le gustaban las personas y se sentía incomodo ante la sola presencia de personas en su casa. Pero su casa era de puertas abiertas a todos que le quisieran visitar, y el se sentiría encantado de hacerles una visita guiada a todos sus aposentos, corredores, salas de estar, patios,c omedores y demas habitaciones que tenia para su uso.
Para muchos en la ciudad de Cnosos la casa era demasiado grande, para otros no era lo suficientemente grande, pero lo cierto es que no muchos lo habían visitado desde que vivía allí. El se sabía especial, no había otro como el en todo el mundo y por eso consideraba que esa fuera una de las razones por las cuales la gente le envidiaba, o le temía, o simplemente lo evitaban.
Sabía que era de sangre real. Que su madre era una reina que había caído en desgracia por asuntos de infidelidades, como algunos decían en el pueblo., La madre le había puesto cachos a su esposo y por toda esta tragedia a el pobre victima de un pecado, lo habían excluido de la corte.
Sin embargo, el vivía bien, tenia su enorme palacio para recorrer y disfrutar y si algunos le temian o simplemente lo ignoraban era problema de ellos. Claro que el sabía que al menos cada año algunos de los habitantes lo visitaban y el recorriendo todos los detalles de su enorme y multi habitacional palacio los entretenía en las noches. Y siempre aquellas visitas terminaban en un festín. Un festín al que nadie más en la ciudad estaría invitado. Un festín del que todos hablarían por el siguiente año y al que muchos nunca quisieran ser invitados.
El ermitaño y solitario era pues una leyenda del que todos hablaban. No salía nunca de su hogar y solamente pasaba el tiempo deambulando por el con la esperanza de recibir algún visitante.
No era una mala persona, era más bien un incomprendido por la sociedad. Un ser dedicado a su propia vida sin meterse con nadie, que algunas veces tenía alguno que otro exceso de furia y que por lo tanto debía ser respetado.
Hoy día estaba este caminando por alguno de los cientos de habitáculos de su hogar cuando algo extraño le llamo la atención. Un pedazo de hilo estaba tirado en el suelo. El conocía muy bien todos los elementos de su hogar y sabía que aquel cordel no era suyo. Sabía además que si había llegado allí es por que alguien lo había traído y furioso comenzó a buscar al infame que se había atrevido a desordenar su entorno. Furioso y resoplando comenzó a recorrer habitación por habitación siguiendo el rastro dejado por el intruso. De pronto, y sin saber que ese sería su peor día, sintió una daga que le clavaban en el pecho mientras una voz profunda le decía al oido. Soy Teseo el hijo de Egeo y tu debes el minotauro.