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Había una vez un hombre que estaba viajando de pueblo en pueblo. El hombre era reconocido por su mirada buena y sus modales dulces, sin embargo todos aquellos que lo veían pasar reconocían en el un aura que inspiraba profundo respeto. Era tal su imagen que pocos se resistían a su presencia. Durante los últimos meses este hombre había ido recogiendo más y más admiradores. Con su clara elocuencia y su mensaje diáfano, muchos habían decidido seguirlo. Y el con un corazón bueno y puro adoptaba a todos aquellos que le profesaban admiración.
Su mensaje era claro. Debemos amarnos los unos a los otros. Aquellos que lo iban conociendo iban poco a poco comprendiendo su mensaje y este mensaje poco a poco se había ido diseminando por la región.
Era un hombre carismático, de mirada serena pero recia al mismo tiempo que mostraba que no habría poder humano que lo doblegara. Y así fue recorriendo la tierra de lo que hoy llamamos Israel y palestina.
Siendo un Hombre que apreciaba la amistad genuina y desinteresada había adoptado no más de una docena de fieles seguidores y con todos ellos viajaba a cada población.
Estando este hombre en Jerusalén le llegó la noticia que un gran amigo suyo que vivía en Betania y que era hermano de dos de sus más entrañables amigas, María y Marta estaba enfermo.
El hombre sintió gran pesar y sabiendo que Betania no estaba a más de 3 kilómetros de distancia pensó que en algún momento debía viajar a ver a su amigo Lázaro. Pero en ese momento su presencia era más esencial en jerosalen y se quedó varios días allí predicando. Finalmente, recogió sus pocas pertenencias y acompañado de sus discípulos emprendió el camino a Betania.
Al ser interrogado por sus acompañantes sobre la decisión de ir hasta allí, el hombre respondió que el bien sabía que lázaro ya habría muerto pero que él lo visitaría de todas maneras. Y así comenzó a caminar con sus seguidores.
Cuando Marta una de las hermanas escucho que el Hombre que tanto admiraba venia hacia su casa salió presurosa a recibirlo en el camino. Y cuando lo encontró se postro ante el y con voz recriminatoria de dolor le dijo. Maestro, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. El hombre solamente le dijo. Lo siento, pero sabras que tu hermano resucitara. Marta le contesto Yo se a qué te refieres, que todos resucitaremos en el último día. Pero es que mi hermano no hubiera muerto si tu hubieras estado aquí. El hombre la miro con ojos bondadosos y le dijo. Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi aunque hubiera muerto vivirá y el que cree en mí no morirá para siempre. Crees eso. Marta solo pudo decir … Si Señor.
Momentos después llego Maria, la otra hermana, que era una mujer muy querida por el hombre bueno. Ella entre lagrimas se acerco a aquel hombre justo y le dijo con la voz que solo una mujer puede poner. Señor si hubieras estado aquí cuando te mandamos a llamar mi hermano no hubiera muerto, pero se que dios te concederá todo lo que le pidas. El hombre se sintió muy perturbado por aquel reclamo ya que quería de manera especial a María y sus palabras le llegaban muy hondo. Los acompañantes vieron que aquel semblante pacifico y sereno se había desdibujado como nunca antes.
Finalmente después de unos cuantos minutos, el hombre miro al cielo llorando y finalmente pregunto. Donde lo habéis puesto.
Marta y Maria lo acompañaron al sepulcro donde lo habían depositado cuatro días antes y el hombre ordeno que retiraran la piedra que cubría la entrada. Marta le dijo… Pero maestro si ya lleva cuatro días…. Ya debe oler muy mal. El hombre perdiendo un poco la paciencia que tanto lo caracterizaba dijo. No te he dicho que si crees veras la gloria de dios. Y