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Juan David Betancur
elnarrodororal@gmail.com

Aquel hombre fue nombrado guardia de aduana en la frontera entre Pakistán y la india. Recién llegado su jefe lo llamo a su presencia y le dijo. Lo he mandado a llamar porque desde hace algunos años hemos visto un hombre muy sospechoso que constantemente entra a nuestro territorio desde el país vecino y creemos que este hombre es un contrabandista. Quiero encomendarle a usted la tarea de descubrirlo e identificar el contrabando que suponemos esta realizando. Después de entregarle una foto del hombre lo envió a cumplir con su deber. 

 

Al día siguiente el guardia de aduana, deseoso de demostrarle a sus superiores sus capacidades, se instaló en la frontera a esperar que aquel hombre apareciera. Tardo varios días comparando la foto con todos aquellos que cruzaban la frontera y finalmente vio venir un hombre montado en un burro que tranquilamente se acercaba a la frontera. 

 

El guardia inmediatamente lo detuvo y con voz de mando lo obligo a parar. El hombre se apeó de su burro y sin protestar siguió al guardia de aduana. Una vez en la caseta de la aduana, el guardia examino todas las pertenencias que el hombre llevaba y con cuidado reviso si había algún elemento de contrabando. El hombre no llevaba nada sobre sí que fuera contrabando, asi que inmediatamente llego a revisar las pertenencias que cargaba el burro. Después de un examen minucioso no encontró nada de contrabando y con decepción le toco dejar pasar al hombre y su burro. Sabía que ese día no había encontrado nada, pero tenía la esperanza que en en una próxima ocasión lo encontraría. No podía fallar en la misión encomendada a él por su jefe.

 

Algunos días después, el guardia vio de nuevo al presunto contrabandista acercarse de nuevo en su burro y decidido lo paro de nuevo en la frontera. Como en la ocasión anterior lo hizo pasar a su oficina, lo reviso, reviso el burro y no encontró nada. Lo dejo pasar y volvió a jurarse a si mismo que el lo atraparía algún día. 

 

Transcurrieron las semanas, los meses y los años y la misma escena se repitió cientos de veces, durante esos años el guarda de aduana, cruzo la frontera averiguando por aquel hombre y nadie fue capaz de determinar si realmente era o no un contrabandista. Sin embargo, esto se volvió una obsesión para e guardia que cada vez detenía al hombre y lo revisaba exhaustivamente. 

 

Finalmente después de muchos años, el hombre, supuesto contrabandista, ya de edad avanzada, se retiro a vivir apaciblemente en su pueblo en la frontera de la india y al notar esto el guardia de aduana decidio cruzar la frontera y buscarlo una última vez. El hombre al verlo sonrió y lo invito a pasar a su hogar y mientras le servía el te le pregunto cuál era el motivo de la visita. 

 

El guardia lo confeso que después de muchos años el también se había retirado y ya no era guardia de aduana pero que había algo que quería discernir ya que lo había molestado durante toda su carrera como guardia y que no quedaba en paz hasta que lo supiera. 

 

Claro… Dígame que es eso y con gusto lo podre ayudar, dijo el anciano hombre. Mientras le sonreía. 

 

Pues es que desde mi primer día me aseguraron que usted era un contrabandista y siempre que lo veía venir cruzando la frontera con su burro, siempre lo he detenido, lo he revisado y nunca nunca le encontré nada por lo cual lo pudiera retener. 

 

Dígame usted era un contrabandista realmente 

 

El hombre soltó una risa sonora y le contesto. 

 

Debo confesarle que si, fui contrabandista por todos estos años. 

 

De verdad…. No entiendo como era posible. Digame que contrabandeaba…

 

Yo contrabande