Dicen que la Navidad es sólo luz, familia y calor. Este episodio viene a desmentirlo.
Antes de los villancicos, antes de los belenes y de las promesas de paz, la Navidad nació como un ritual desesperado contra la noche más larga del año. Un tiempo en el que el fuego no adornaba: vigilaba. Porque cuando la oscuridad se impone, los muertos encuentran grietas por las que volver.
En este episodio especial de El Guardián del Cementerio, la Navidad deja de ser refugio y se convierte en frontera. Diez historias reales —o aceptadas como tales— recorren castillos escoceses, iglesias en ruinas, casas victorianas y caminos cubiertos de nieve donde algo sigue caminando cuando ya no debería haber nadie. Escudos que se alzan solos en plena Nochebuena, novias espectrales que conceden besos mortales, campanas que suenan sin torre, camas ocupadas por reyes ajusticiados y carruajes que avanzan sin cochero anunciando desgracia.
Pero el horror no vive solo en los libros antiguos ni en las leyendas extranjeras.
La segunda parte del episodio nos acerca a lo más inquietante: la Navidad doméstica, reconocible, íntima. Platos que se usan cuando nadie se sienta, belenes que susurran oraciones deformadas, pasos infantiles que regresan una noche al año, ventanas que se abren para dejar pasar el frío de una muerte olvidada, procesiones invisibles sobre la nieve y voces que se cuelan en los villancicos cuando ya no queda nadie vivo que deba cantar.
Aquí no hay monstruos espectaculares. Hay ausencias. Hay memoria. Hay muertos que no reclaman venganza, sino algo peor: no ser olvidados.
Esta noche no encendemos velas por tradición, sino para vigilar las sombras. Ten cerca un vaso, un crucifijo o un recuerdo feliz. No servirá de mucho, pero ayudará a resistir.
Porque esta Navidad, en El Guardián del Cementerio, no todos los invitados están vivos… y algunos llevan esperando años a que les abras la puerta.
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