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Description

Por Pablo Callejón

La ciudad donde vivo tuvo un pintor que ganó más premios que dinero. Las musas aseguran que solo piropeaba al atardecer, cuando volvía inspirado al taller de calle Tucumán. Se llamaba Héctor Osvaldo Otegui y le decían maestro.

La ciudad donde vivo se rendía a sus proezas. Tenía ojos de cielo y un cabello de cenizas que peinaba con sus manos delicadas y al mismo tiempo, invencibles. Susana Dillon tecleaba en la vieja Olivetti y una marea de palabras revolucionaban los corazones agobiados de dolor.

La ciudad donde vivo tiene una plaza con vuelta del perro. Hay enamorados que aún esperan a doncellas con las manos en los bolsillos y un aura de caballitos que danzan al ritmo de una cajita musical. También hay perros callejeros con derecho propio, sin más motivos por perder que la soledad.