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Este instante absurdo con la mente en otro sitio
me lleva a otros lugares ocultos de mi interior,
al centro alto y oscuro, letanías en racimo
con corbatas de simpleza y chispas de piedra y de mar.
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Levanto como en saludo la vista con ese aire
que se enfrenta a las miradas irrompibles,
infranqueables, destructibles y humillantes
tan sólo por un silbido, espantando la cordura.
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Los hombros se tambalean al peso de los latidos,
se me emparedan los huesos donde germina la vida,
mientras se peinan los días como prados con estatuas,
con las espuelas de cantos y con sollozos del agua.
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Pero hay venas que las pisan los trenes de la palabra
por aquellos horizontes que se miran en defensa
de cataratas de aliento y suspiros por las velas
que mueven nuestros deseos con un intenso ademán.
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Cubro mis ojos de cintas para esconder los colores
que intentan salir de mí, alabeando las tablas
de la nave donde huyo, para escapar
del perfume que rezuma tu sudario.
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No sé si vivo a diario las hojas de las margaritas
o reventando mis cuitas por abandono hace tiempo,
ser pájaro o ser tormento es un dilema constante,
entrelazar la inocencia con el granero que soy,
experiencias dolorosas y risas por todo mi andamio
me corren como los vientos por tarimas de hojarasca,
o escenarios de los hielos de donde soy polizón,
mi cabellera no mece ya por la espuma de la mar
y sólo el color la acompaña germinándose de plata.
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Por el verde de las piedras que jalonan el camino
podrás seguir mi perfume que a un paso a nivel
te espera; una cruz, una quimera, el aliento será tuyo
como tuyos son los dedos con que acaricias presentes,
con los que traes en volandas las notas de tu canción
que olvidas a cada paso y los reflejos de ti mismo
sirven de encierro y prisión a la sombra
de la indolencia que será tu consunción.
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Chema Muñoz. ©
