Vengan ahora los adalides del Estado y el socialismo a contarnos ese siniestro cuento del Estado como protector de los débiles y eficiente mecanismo de asignación de recursos. Malditos sean. Menos mal que aún, renqueando y recibiendo palos, resiste el sector privado, empresas, autónomos, trabajadores y familias que ha contrarrestado y corrige la negligencia y la inmoralidad de una clase política ignorante, soberbia y sólo preocupada por las estadísticas y los votos. Un Estado y una clase política que habiendo olvidado a más de cien mil compatriotas muertos ya no les importa que sigan muriendo cientos al día. Ellos ya vendieron que el virus se había acabado varias veces, o que lo importante es la economía. Y si por el camino infectamos a cientos de miles de niños y ellos a sus padres y abuelos, y se provoca por ello que mueran otra vez abuelos o gente enferma, pues nos hacemos una foto hablando con Biden en la Moncloa, hablamos de las maravillas de FITUR en Madrid, o sacamos pecho, como el cacique gallego, del porcentaje de vacunación mientras dejamos abandonados a los niños en las aulas, sin ventilación, sin filtros, sin medidores, sin mascarillas renovadas diariamente a quien las necesite, y permitiendo de tapadillo la interacción entre niños infectados dentro las aulas.