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Pensaba que la muerte de Jeff Beck, David Crosby, Burt Bacharach, Ryuichi Sakamoto, Tina Turner, Jane Birkin, Tony Bennett y Sinéad O’Connor (por citar solo algunos de los más famosos), había anestesiado toda mi capacidad de asombro, cuando me entero de la muerte del gran Robbie Robertson, este pasado 9 de agosto, a los 80 años de edad.

La aportación de The Band a finales de los años 60 fue trascendental. En medio del movimiento psicodélico rescataron la música de raíces norteamericana con un talento y una creatividad excepcionales. Deberíamos poder contar de nuevo la fascinante historia de este canadiense, leal a Bob Dylan en su abucheada transición eléctrica, y leal a su vieja banda hasta que vio que ya no había manera y montó ese gran concierto de despedida con Martin Scorsese en “The Last Waltz” (1976).

Pero hay que hacerle honor precisamente con su propia carrera, la personal e intransferible. La que empezó en 1987 con un primer disco grabado con su propio nombre, con grandes músicos y con la producción del gran Daniel Lanois. Aquí es donde empieza este fascinante monográfico que dedicamos a su gran talento y sobre todo a su voz, que estuvo sin embargo muy esquiva en las grandes canciones de The Band, muchas de las cuales él mismo había escrito.

Recojo aquí las sabias palabras del maestro Diego A. Manrique en su obituario: “Robbie Robertson siempre estuvo en tránsito. Entre Canadá y EE.UU., entre su oficio de músico y su pasión por el cine, entre la lealtad a sus compañeros y el aprovechamiento de las oportunidades, entre la devoción por las raíces y el tirón de la tecnología”. A este certero perfil solo puedo añadir un “tránsito” más y es el sanguíneo: sangre anglosajona por parte de su padre judío, sangre india por parte de su madre, nativa americana, mitad cayuga mitad mohicana. Este “tránsito sanguíneo” marcó también su producción musical a partir de 1987, cuando decidió volver a grabar, ya con su propio nombre, estos seis excepcionales discos que interpretó con el hechizo de su crepuscular voz lobuna y que vais a poder disfrutar en este monográfico.

Son 3 horas de música de altísima calidad. Una vez más, apelo a vuestra responsabilidad para dosificarlo de forma responsable y sin atracones.

Descansa En Paz, maestro. A estas alturas ya estarás siguiendo el "camino rojo" de la eternidad. Las Seis Naciones, de las que hoy queremos formar todos parte, agradecemos tu música maravillosa, ese don del Gran Creador.