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Los primeros años del presente siglo vieron el nacimiento de ámbitos digitales donde podíamos conectar con nuestros amigos, conocidos o compañeros de estudio. Tan simple e inofensivo como suena. Conectar personas conocidas mediante computadoras y luego teléfonos inteligentes.

Luego vino el entretenimiento que ya no era potestad de la televisión o la industria del cine.

Y el derrotero no paró nunca. Desde 2010 esas redes de amigos se transformaron en redes de información y al paso en redes de opinión. Pero siempre conservaron su estructura original pensada en torno a comunidades donde había que seguir personas.

Eso hasta nuestros días donde el avance de la inteligencia artificial ha hecho que las redes dejen de ser redes sociales donde el gráfico social de seguidos y seguidores ordena el contenido a redes de recomendación donde los algoritmos nos entregan material a la carta de nuestros intereses y deseos.

El segundo cambio estructural es que las redes se han transformado en un botín geopolítico junto con la irrupción de nuevos liderazgos con base ya no en la creatividad y/o lucidez tech (como Steve Jobs, Mark Zuckerberg) sino en la posesión de dinero o la capacidad para armar alianzas financieras.

Así llegamos a que Twitter tenga un solo dueño, deje de ser una empresa pública y salga del sistema de capitalización de mercado. Se vuelva privada.

Y este caso es de total trascendencia global porque Twitter es entre otras cosas la red de noticias más rápida del mundo y el único entorno digital/físico donde conviven tantas referencias y liderazgos de las más diversas disciplinas, desde el arte pasando por el espectáculo, el deporte, la política y el periodismo.