En el tiempo del desierto, dos generaciones caminaron bajo la misma nube y vieron la misma promesa. La primera, la de Moisés, presenció milagros extraordinarios, pero su corazón incrédulo y endurecido los llevó a la queja, al miedo y finalmente a morir sin heredar lo que Dios les había ofrecido. La segunda, la de Josué y Caleb, sin haber visto tantas maravillas, aprendió a confiar en la fidelidad diaria del Señor y creyó en sus promesas aun sin verlas cumplidas. Ellos fueron los que finalmente entraron en la tierra prometida.
Este relato sigue siendo actual: no basta con conocer de Dios ni con haber visto sus maravillas; lo que determina nuestro destino es la fe sencilla que confía y obedece. La pregunta es: ¿viviremos como aquella generación incrédula que se quedó en el desierto, o como la generación de fe que heredó las promesas? La decisión marcará nuestro futuro y el de quienes vienen detrás de nosotros.