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Desde que tenemos uso de razón, todas las personas tenemos una visión de aquello que nos gustaría ser y desarrollar. Bien es verdad que, mientras unas mantienen esa visión y se esfuerzan en alcanzarla, otras suelen tener varias diferentes a medida que van pasando los años, hasta que, en un momento determinado, se centran en una. Pero, sin embargo, tanto unas como otras se esforzarán para alcanzar la suya, y el éxito de ello dependerá de cómo lo hagan.
Desde que entregamos nuestra vida a Jesús, los creyentes ya no trabajamos en una visión propia, si no la que Él pone delante nuestro con el fin de cumplir su voluntad en nuestra vida. Para alcanzarla, es necesario saber visualizarla, escogerla y vivirla correctamente, con el fin de no confundirnos y mezclarla con una propia que, debido nuestras debilidades, pudiera interponerse.
Un ejemplo de evitar esta posible dualidad, lo encontramos en las dos visiones diferentes que vemos en Abram y su sobrino Lot en un momento crucial de sus vidas.