Los activistas woke son una pieza más de este escabroso y rentable pasatiempo de elites. A pesar de haber hecho de las suyas en reiteradas ocasiones, los miembros de estos grupos ultrafinanciados, se acercan impunemente a las escenas de sus crímenes con grandes frascos de alimentos y hasta con pastelería húmeda en un bolso grande. Existe un video de una barricada de “Insulate Britain” en el que aparece un policía diciéndoles a los manifestantes que le avisaran si «necesitaban algo». ¿Podemos pensar que se trata de un movimiento popular, de abajo hacia arriba? ¿Ha tratado usted, amable lector, de ingresar con una torta repleta de crema al Louvre? ¿Probó ponerse un chaleco refractario para ingresar a la Galería Nacional portando enormes latas de sopa de tomate y su correspondiente abrelatas que es, además, un objeto punzante? ¿No fueron estas suficientes pistas para los guardias que siempre están tan lejos de los activistas que sólo llegan cuando arrojaron el mejunje y tuvieron tiempo de pegarse confortablemente?
Si nos guiamos por la forma en que la omnipotente locura woke viene avanzando lo más seguro es que la próxima etapa no sea tan inocua ni tan confortable. El activista pegadito usa la escala de valores, que él mismo repudia, como escudo protector. Es el accionar clásico de quien toma rehenes. Sabe que su enemigo está paralizado. Sabe que es impune frente a una civilización demasiado civilizada como para defender su civilización.