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La cosa es que virgos y meados comparten la conciencia colectiva del fracaso argentino. Ninguno cree que estamos bien, creciendo al 16%. No creen que vivir de la limosna estatal sea un objetivo, ni creen que existió la década ganada. Los políticos pueden decir lo que quieran, pero virgos y meados saben que el desastre que se viene lo van a campear ellos, no los políticos, ni siquiera los que mejor les caen, los desastres cometidos van mucho más allá de las peleas partidarias. Es triste ver cómo llegamos hasta aquí, y más triste pensar cómo se sale de un enfrentamiento tan peligroso como desgastante entre quienes (guste o no) están en la misma vereda. Porque los políticos van a pasar, pero luego de este largo suplicio con forma de carrera electoral que termina el 10 de diciembre, poquísimos días después durante las fiestas, virgos y meados se van a tener que sentar a la misma mesa, a comer juntos el mismo pan dulce. Y ningún político va a brindar por ellos.