A finales de los años sesenta, un joven apático y deseoso de importancia comenzó a afirmar que podía ver y escuchar mensajes de la Virgen María. Con carismáticas demostraciones de éxtasis, Clemente Domínguez Gómez desarrolló un grupo de seguidores y se autoproclamó el próximo Papa, y luego se dedicó a convertir la vida en una agonía para sus devotos.
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