A principios de la década de 1980, el asesino en serie británico Dennis Nilsen acababa de dar el pistoletazo de salida. Su retorcido deseo de compañía se había descontrolado, lanzándolo a una prolífica ola de asesinatos que terminó con la muerte de una docena de jóvenes y niños en sólo dos años. Pero mientras Nilsen se esforzaba por encontrar espacio para sus amantes en descomposición en el reducido espacio de su piso de Londres, recurría a medidas desesperadas y truculentas que pondrían a los investigadores tras su pista.
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