John Christie no era bueno en muchas cosas. Ni en las relaciones. Ni siquiera en delitos menores. Pero una noche de 1943, estranguló a una trabajadora sexual hasta la muerte y escondió su cuerpo bajo las tablas del suelo de su piso en Notting Hill, Londres. Había encontrado lo que se le daba bien, y seguiría haciéndolo durante una década.
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