En un rincón al norte de la Amazonía boliviana un grupo de mujeres lavan, pelan y cortan el fruto que más abunda en su entorno: el plátano verde. Les acompaña el sonido de una procesadora de harina de banano (chila), una máquina sencilla que ha cambiado la vida de su comunidad. María Angélica y Rafael, responsables de esta transformación, toman asiento entre ellas. Quieren saber cómo viven estos cambios, compartir reflexiones y experiencias, y empiezan a escuchar. Los platanales forman parte del paisaje de Riberalta desde hace generaciones, conocen su valor nutritivo (la chila ha sido uno de sus alimentos esenciales en la infancia) pero la demanda de alimentos para personas celíacas ha multiplicado el valor de este producto en el mercado nacional e internacional. Por eso llevaban años soñando con una máquina como esta. Con ella fabricarían galletas sin gluten, lo que abriría una nueva actividad económica en la zona, y eso les daría un oficio y unos recursos para sus familias. Emilse recuerda que ahora que la procesadora está funcionando han puesto en marcha la segunda parte de su sueño: conseguir que las escuelas de la localidad se alimenten de este y otros productos producidos por manos riberalteñas. De este modo garantizarán el equilibrio alimenticio de los más pequeños además de ampliar su mercado. En un momento de la conversación Rafael toma la palabra para poner en valor algo que suele pasar desapercibido en los grandes titulares: el poder que, a través del plátano verde, han adquirido las mujeres dentro de la economía de la comunidad. El 80% de la harina pasa por sus manos, además de generar empleo indirecto a otras compañeras. Es así como las mujeres de Riberalta hacen evidente que la salud, la economía comunitaria, sostenible, el reconocimiento del poder de las mujeres, los cuidados y el respeto al medioambiente van ligados. Es así como Emilse, Angélica y Rafael y quienes les acompañan están vistiendo la salud de verde.