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Cuentan en Nanlia (uno de los distritos de la provincia de Cabo Delgado - Mozambique-) que hubo un tiempo en el que Bibiana, una mujer de la aldea, metió sus manos en el limo del río y encontró pepitas de oro. La tierra era fértil, las aguas, limpias, y sus pulmones sanos. El descubrimiento del oro despertó la ambición, pero también se ofreció como el único camino para salir de la pobreza. Unos y otros empezaron a abrir una herida en la tierra que día a día han hecho más profunda, recurriendo a maquinarias más complejas. En la medida en la que horadaban la tierra acababan con el equilibrio de la vida. La causa: el mercurio, ese metal tóxico, ilegal y caro que tradicionalmente ha utilizado la minería artesanal de oro. Lo quemaban en locales cerrados, sin protección, inhalaban sus gases hasta intoxicarse. El mercurio estaba dejando tras de sí una tierra herida, un río muerto y sus pulmones rotos y no se estaban dando cuenta. Llegó el día en el que las mineras y los mineros descubrieron el poder de la auto-organización y decidieron investigar sobre su malestar. Querían acceder a una información que ni la Administracion ni las empresas con las que negociaban les proporcionaban. ¿Por qué la vida huía de Nanlia? Tardaron años en obtener la respuesta: la muerte de los árboles y las mortales heridas en sus pulmones estaban relacionadas, se trataba del mercurio. Se sintieron en un callejón sin salida. Fue entonces cuando Sergio apareció en sus vidas. Formaba parte del equipo formado por Medicusmundi, la ONGD danesa Diálogos y la organización local Centro Terra Viva. Tenían una propuesta: sustituir el mercurio por el borato de sodio, conocido popularmente como bórax.  Poco a poco la vida está regresando a Nanlia y las mineras y los mineros artesanales empiezan a entender que pueden ser los custodios de la salud del planeta. Sergio contribuye a esta transformación en cada uno de sus viajes a las entrañas de la tierra.