Los Buddenbrook - Thomas Mann
En la ceremonia en la que otorgaba el premio Nobel de Literatura de 1929, el representante de la Fundación comentaba que el gran aporte del siglo XIX a la literatura había sido la novela realista. Él explicaba que en la novela realista se mostraban las experiencias más secretas del alma humana sobre sus contextos sociales, dejando ver la interdependencia entre lo general y lo particular, logrando retratar la experiencia humana de una forma tan fidedigna y completa, que no tenía paralelos en la literatura antigua.
Los Buddenbrook, fue la primer novela alemana de este tipo, fue un éxito inmediato que hizo de su autor una estrella literaria y casi treinta años después de su publicación fue el principal motivo por el que le otorgaron el premio Nobel.
En resumen, los Bundenbrook es la historia de 4 generaciones de una familia de comerciantes del norte de Alemania durante el siglo XIX. Es un clásico de la literatura alemana y universal, y hace unos meses lo leí en otro de mis intentos por conocer y entender mejor el país en el que ahora estoy viviendo.
De hecho, como trasfondo histórico a las vicisitudes y vaivenes de la familia Buddenbrook tenemos el proceso de unificación del Estado Alemán, del que nos vamos enterando por comentarios en alguna conversación o por hechos que terminan afectando a la familia.
El libro comienza alrededor de 1834, con Prusia impulsando la Unión Aduanera entre los Estados alemanes y termina en 1877, ya en plena era imperial.
Curiosamente, leyendo la historia de los Buddenbrook muchas veces pensé en Cien años de Soledad y la historia de los Buendía. Si bien en el libro de Thomas Mann no hay nada parecido a niños que nacen con colas de cerdo, ni mujeres que tranquilamente ascienden a los cielos para no volver jamás, también hay cosas que reflejan lo surreal que puede ser la realidad, como la historía de un tío que se muere de hipo, o como el suegro del Consul que ofendido porque el pueblo se subleva y no puede llegar a su casa a las 5 para comer con su esposa, se muere en un repentino ataque de rabia. O la mujer sorda que leía a gritos la Biblia en casa de la Consulesa, en la época en que su beatitud era tal, que acogía prácticamente a cualquier religioso que pasaba por la ciudad.
Y no es porque en su desmesura nuestros escritores del siglo xx le hayan añadido lo “mágico” entre comillas, al realismo de los europeos, sino porque simplemente, como decía Manuel Scorza, nuestras realidades han sido y son delirantes.
Sin embargo, al ser ambas historias sobre la generación y degeneración de una familia a través del tiempo, me han dejado algunas sensaciones semejantes. Y así como los Buendía son el perfecto reflejo del imaginario de lo latinoameericano, al menos para mí, así también creo que los Buddenbrook son el reflejo del imaginario de lo alemán. Son reflejos de realidades y conflictos totalmente diferentes y vividos de distintas maneras, pero que en ambos casos se muestran al lector a través de las venturas y desventuras de varias generaciones de una familia legendaria.
Hay una cosa curiosa que me pasó cuando comencé a leer el libro.
Yo vivo en una ciudad pequeña al norte de Múnich, pero trabajo en Múnich. Y cuando estoy en la gran ciudad, todos los días paso caminando por un barrio que se llama Schwabing, y ya había pasado todos los días por ahí, durante meses, antes de comenzar a leer el libro, pero a los dos, tres días de comenzar a leer Los Buddenbrook, me di cuenta que en una de las casas por las que pasaba todos los días había una plaqueta que decía que en esa casa había vivido Thomas Mann por algunos años, y que fue justamente ahí, en el verano del año 1900, donde terminó de escribir Los Buddenbrook.
Cosas que pasan.
Sigamos…
Así como en Saramago sentí la sombra de la muerte aparecer y espiar desde cada esquina o en Garcia Marquez la fuerza implacable e inequívoca del destino que zarandea y apabulla a las personas de este mundo, en Thomas Mann aparece la fuerza, edificadora y devastadora a la vez, del sentimiento del deber.
Es un mundo en el que el cumplimiento del deber no nos salva de las desgracias de la vida, pero vivir ignorándolo es un pecado imperdonable, que nos condena al ostracismo y la exclusión, incluso y sobre todo, de nuestro círculo más íntimo. Si no existimos para cumplir nuestro deber, tampoco conseguimos liberarnos de él, sino que comenzamos a existir en contraposición a él. Así que de una forma u otra nos termina definiendo.
Cuando la voluntad o el deseo individual está en armonía con ese sentimiento del deber, da la impresión que todo sale bien, abunda una paz que es productiva, y flotamos en una tranquila felicidad que abarca la totalidad del tiempo presente, pasado y futuro.
Frente a esa paz y tranquilidad se encuentran todas las pasiones y lo que acarrean: la sensualidad, el caos, el desorden, lo inesperado, el descontrol, la aventura, la holgazanería, la introspección desmedida… o por ejemplo el teatro, o la música, como cualquier otra pasión, cuando no vienen con el poder constructor de la disciplina y el trabajo, encarnan el peligro del abismo, la devastación, y la locura. Recordemos que el más pasional y apasionado de los Buddenbrook terminó en un manicomio. Este pobre señor hubiese sido uno de los amigos más cuerdos de nuestro queridísimo Capitán Vasco Moscoso de Aragão en la Bahía de Jorge Amado, o un promotor de las altas artes y la cultura en Macondo o en Santa Cruz de la Sierra. Y ese fantasma que no dejaba de llamarlo desde las ventanas, sería uno más del montón si hubiese vivido en Comala.
Volviendo a Thomas Mann y el sentimiento del deber, da la impresión que cuando uno quiere una cosa contraria a lo que supuestamente debería querer, se desata la mayor de las tormentas, y la tempestad revuelve todo en nuestro interior y entre los nuestros y no hay paz, ni alegría posible, el tiempo que pasa nos tortura, y mirar al pasado o al futuro también.
Todavía no he leído otro libro de Mann, pero creo que es un tema recurrente en su obra. En Los Buddenbrook es una tensión permanente a lo largo de las generaciones desde el primer conflicto que vemos en el libro entre el Cónsul y su hijo mayor, con el que está peleado y distanciado hace años y hasta la muerte, además, porque se casó con una mujer a la que el padre no aprobaba.
Sobre este tema hay muchos ejemplos en la historia, pero hay una escena que es muy fuerte en relación a esto cuando Toni, la hija del cónsul, se acaba de casar con un tipo que le parece despreciable, porque sentía que estaba haciendo lo correcto. Lo que tenía que hacer. Y en su matrimonio, en su fiesta de matrimonio, antes de irse en la carroza con su marido, Toni se acerca a su padre y le pregunta bajito: “estás contento conmigo?”. El padre le agarra las manos con cariño y la deja ir.
Cuando se va, la Consulesa, la mamá de Toni le pregunta: “Crees que será feliz con él?” y el Cónsul Johan Buddenbrook le responde:
“Ay Bethsy, está contenta consigo misma; esa es la dicha más sólida que podemos alcanzar en la tierra.”
No voy a contar cómo continúa el matrimonio de Toni, solo quería compartir que cuando estaba leyendo el libro, una y otra vez me quedaba pensando en la forma que cada personaje va asumiendo a la hora de encarar la idea que tienen del deber… y claro, en las formas que he asumido y asumo yo, sobre las cosas que considero mi deber.
Los Buddenbrook es una novela inspirada en la propia familia de Thomas Mann, y este tema entre el deber y lo prohibido parece ser central en su propia vida privada también. Por ejemplo, al parecer él siempre tuvo deseos homoeróticos, pero en su adolescencia fue rechazado por el muchacho al que le escribía poemas, y además su hermano y otros se burlaron de él. A partir de entonces todo eso fue quedando encerrado dentro del espacio de lo peligroso, de lo prohibido, de lo que iba en contra de lo correcto o aceptado y creo que de hecho nunca llegó a tener ninguna pareja masculina ni nada por el estilo, pero parece que esos deseos siempre estuvieron ahí encadenados en el sótano.
Rosa Sala Rose, una ensayista y germanista que es realmente interesante de escuchar, tiene unas conferencias sobre Thomas Mann que se pueden ver en Youtube, la primera parte se llama “Thomas Mann: La vida desde la barrera” y la segunda “El espíritu de Alemania en la obra de Thomas Mann”. Las recomiendo muchísimo para los que estén interesados en saber más sobre su vida y obra, además escuchar a esa señora es un verdadero placer.
Ahora Volviendo al libro, Los Buddenbrook es una novela llena de frases largas y bellísimas, pero también de muchos detalles que pueden aburrir a algunas personas.
Es un libro que requiere cierto esfuerzo de parte del lector, pero es definitivamente uno de los libros que más me han impresionado, sobre todo dos capítulos, sobre los que quería hablar antes de terminar.
El primero es el de la muerte de la Consulesa Bundenbrook y el segundo es la discusión que tienen los hermanos antes del velorio, en un cuarto que estaba al lado del salón en el que descansaba su difunta madre.
Como estaba diciendo, el libro es largo, y hay que leerlo con paciencia, pero por ejemplo hay escenas, como estas dos, que ganan mucha fuerza justamente por la longitud del libro. En el primero esta es una mujer a la que conocemos desde su juventud, la hemos visto en la alegría de dar a luz a su bebé, criar y casar a sus hijos, la hemos visto sobrevivir a su marido, la hemos visto siendo abuela y la hemos acompañado en su vejez, y ahora, después de tantos años, la vemos en su cama debatiéndose entre la vida y la muerte, en medio de alucinaciones, de miedo y de dolor.
La consulesa se muere pero no se quiere morir, y después de horas de agonía se quiere morir pero no puede. Es una escena exasperante. Y la reacción de toda la familia, unos llorando al pie de la cama , otros parados en el umbral pensando en el deber, el otro ausente porque no puede soportar ver a su madre así. Es una cosa tan bien contada que parece va pasando de verdad delante nuestro.
Y el segundo de los episodios también saca mucha de su fuerza de lo largo y detallado que es el libro. ..Vemos a estos hermanos que ahora discuten, al principio por unas cucharas de plata y después por mucho más, pero a estos tipos, los conocemos desde niños, los hemos visto crecer.. y cada gesto durante la discusión, cada entonación, el dedo con el que Christian Budenbrook golpea la mesa, la forma en que se para, sus botones blancos en esa hora de luto, todo … es el tipo que ha vivido toda su vida a la sombra del hermano, en sumisión pero en oposición a él; y por fin, después de la muerte de la madre decide decirle lo que no se ha atrevido a decir nunca, es el clímax de la vida entera de una relación de hermanos. Es una escena tremenda, además narrada con maestría, el manejo de la tensión, del conflicto en aumento, los silencios.. El silencio absoluto de la esposa de Thomas, el mayor, se siente durante toda la discusión, y los llantos de la otra hermana, Toni, que esperaba el momento indicado para preguntar por la casa. La bendita casa en la que crecieron, y que de hecho hoy es un museo dedicado a la obra de Thomas Mann y de su hermano Heinrich que también fue un reconocidísimo autor.
En fin, ese capítulo está tremendamente escrito. Cuando terminé de leer esa escena estaba emocionalmente cansado y pensando que es de lo mejor que he leído en la vida.
Y un detalle, el tipo escribió todo esto antes de sus 26, 27 años.
No deja de sorprenderme lo increíble que es el invento de contar historias. Sin haber estado nunca ahí, ahora Lübeck, con su majestuosa puerta de la ciudad, con su danza de la muerte, con su orgulloso pasado de ciudad libre y Hanseática, es para mí mucho más que una simple ciudad cerca del mar.
Y cuando la visite y pase caminando por la calle Fischergrube, si es que llegó a ver una floristería, pensaré que fue ahí donde una helada mañana de Febrero, en medio de la ciudad cubierta de nieve, Thomas Buddenbrook se despidió de su amor de ojos malayos para hacer lo él pensaba que tenía que hacer.
E incluso aquí en Múnich, la Feilitzschstrasse por la que camino todos los días, los imponentes lagos al pie de los Alpes o las montañas por los que paso maravillado desde la moto… todo se vuelve un poco más especial y misterioso porque también por estos lugares acompañamos a Toni Buddenbrook en su camino de inocencia, de esperanza y de aflicción. Y porque aquí Thomas Mann escribió todo esto que definitivamente sucedió.