Al principio, de manera muy rudimentaria en los cilindros, luego en los discos de pizarra y más adelante en los vinilos. El jazz nace como una forma de expresión absolutamente espontánea, natural y por consiguiente improvisada. Y en el proceso de que la improvisación adquiera entidad propia hasta el punto de convertirse en enseña del lenguaje del jazz, hay una figura que destaca por el encima del resto, el niño de siete años que reparte carbón por los burdeles: Daniel Louis Armstrong. Él fue quien consiguió convertir el jazz en una forma de arte no conocida hasta entonces. Ninguno de los pioneros como Buddy Bolden, Jelly Roll Morton, o Joe “King” Oliver lo lograron previamente. Louis Armstrong elevó el jazz a las cotas más altas de la expresión musical, quien demostró por primera vez (como bien apunta el crítico Gary Giddins) que una improvisación puede ser tan “coherente, imaginativa, satisfactoria emocionalmente y duradera como una pieza de música escrita". (Texto de Manuel Recio)