Habíamos entrado a Lima la víspera de navidad. Los repiques de las innumerables iglesias de la ciudad, llamaban a los fieles a los oficios…
Poco acostumbrados a tan extraños repiques, no pudimos luego, defendernos luego de una cierta impaciencia muy justificada por ese caos de ruidos despiadados.
Después, sin embargo, acabamos por encontrar en esos repiques desordenados y salvajes, que se renovaban a diario (pues en Lima se honra oficialmente a caso todos los santos del calendario)...
El aspecto que ofrecía esa plaza el día de nuestra llegada, no defraudo nuestra expectativa.
La muchedumbre fluía por todas las calles contiguas.
Como un enjambre de mariposas dispersas por un accidente, mujeres rozagantes y coquetas, luciendo a la vista de los más violentos matices de raso y de la seda coloreaban la vasta plaza y convergían todas hacia la Catedral…
Si nuestro primer día en Lima había sido bien colmado, la noche que iba a seguir la noche-buena, no sería, para nosotros, menos rica en curiosos espectáculos.
En cuanto llegó la oscuridad, el aire resonó de extrañas músicas y locas canciones, grupos de negros de los dos sexos, escoltados por un gentío ruidoso, recorrían la ciudad blandiendo antorchas agitadas por el movimiento de la marcha, hacían bailas sobre las paredes blancas, gigantescas siluetas.