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Por debajo del radar de los estados y al costado de la indiferencia de las instituciones.

Son familias enteras. Con cantidad inestimada de niños y bebés. Son los rostros del abatimiento, de la falta de alimentación y posibilidades de aseo y descanso diario. Son los "migrantes a la inversa", son los hombres, mujeres (muchas de ellas embarazadas) y pequeños, que constituyen la inmigración del retorno.

Y están aquí, en Costa Rica. Lo sabemos bien, porque los vemos todos los días, bajo el inclemente sol o la lluvia, en el borde del peligro de calles y semáforos pidiendo unas monedas para comer y conseguir un techo y un camastro para pasar las noches.

Después de la larga y peligrosa travesía que coronaron en territorio mexicano desde Suramérica, ahora enfrentan el viacrucis del regreso. Un éxodo al contrario que empezó el mismo 20 de enero con la llegada al poder de Donald Trump y el consecuente cierre del programa de citas para acceder a un beneficio de migración regular en la frontera estadounidense, conocido como CBP One.

Si el viaje de sur a norte fue tortuoso debido entre muchos otros factores al asedio de grupos criminales que se aprovecharon de sus condiciones de vulnerabilidad, el de regreso trae dosis inimaginables de frustración, incertidumbre, vergüenza, ansiedad y miedo. A esas condiciones emocionales, hay que sumar la deshidratación, malnutrición y todo tipo de afecciones físicas.

Estos flujos migratorios, a diferencia del de los migrantes expulsados por vía aérea desde Estados Unidos que tienen tanto foco mediático y observación de organizaciones internacionales, están dejados a su completa suerte. Enfrentan probablemente uno de los peores vejámenes para los seres humanos: la total indiferencia. Un ver para otro lado de los gobiernos nacionales, de los gobiernos locales, de las instituciones de asistencia local e incluso de los organismos de refugiados de Naciones Unidas.

El gobierno de Venezuela, el mayor responsable de la expulsión de sus compatriotas, ha acordado vuelos de repatriación desde los Estados Unidos, ha hecho incluso demagogia cínica con el tema de algunos de sus migrantes llevados a El Salvador y tiene también un acuerdo con México, pero no tiene ningún convenio o programa para repatriar venezolanos varados, por ejemplo aquí en Costa Rica, donde el problema ni siquiera es motivo de denuncia en foros políticos y para el Ejecutivo, simplemente no existe. Son los invisibilizados.

Y en ese marco, no hay servicios de salud, no hay servicios de transporte entre fronteras, no hay resguardo de los derechos humanos esenciales y del cumplimiento de las convenciones internacionales de protección. El limitado apoyo que existe es de algunas iglesias y esfuerzos personales o comunitarios en algunas zonas del recorrido.

De la migración en retorno pasando por Costa Rica, conversamos con el investigador Carlos Sandoval y con Mariela Hernández, voluntaria, impulsora y activista de atención de migrantes y personas en condición de calle en Ciudad Quesada, San Carlos.