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¿Has suplicado por algo en tu vida? Es más, ¿le has suplicado a alguien en particular? La Biblia enseña en múltiples ocasiones como muchas personas suplicaron a Dios para que Su mano poderosa actuara sobre ellos. Por ejemplo, el pueblo de Israel tuvo que suplicar por el perdón y la intervención de Dios en repetidas ocasiones. Los profetas suplicaron a Dios en beneficio de Su pueblo. Los esclavos le suplicaban a sus amos por una prorroga o por un descuento en su cuenta de redención para poder ser finalmente libres. Muchas familias suplicaron el no ser desplazados de su propio terruño, reyes suplicaron por paz en lugar de la guerra. En fin, los ejemplos de súplicas son innumerables.

Dios desea que aprendamos a suplicarle a Él. ¿Cómo lo hacemos? A través de la oración. Una parte de orar es clamar, suplicar e interceder. Es desbordar todo nuestro corazón delante de Dios sabiendo que Él nos escucha y que tiene cuidado de nosotros. Así como la mujer que sufrió de un flujo de sangre por doce años recibiendo el perdón de Dios, como la niña que fue resucitada al igual que cada uno de los que tuvo un encuentro con Jesús cuyas vidas fueron transformadas.